divendres, 6 d’abril del 2018

Setmana Santa 2018





Realment Crist ha ressuscitat! Al·leluia! Bon Pasqua!!!
 Christus surrexit. Surrexit Dominus vere. Alleluiah !!
复 活节快乐
المسيح قم حقا قا م

Cristo e' risorto E' veramente risorto,
Χριστο'ς Ανεστη Αληθως Ανεστι.
Happy Easter!!
¡Feliz Pascua de Resurrección!








Setmana Santa'2018

"Si el gra de blat cau a terra i mor, 
dóna molt de fruit" (Jn 12,24)


PREGÓ DE SETMANA SANTA

S’obre al nostre davant un temps de gràcia.

Comencen els dies sants,

els dies en els quals Nostre Senyor Jesucrist

ens manifesta la prova més gran d’amistat.



Contemplem l’amor d’un Déu que es fa pobre,

per enriquir la humanitat;

d’un Déu que es fa petit,

per estar més prop nostre i enaltir-nos;

d’un Déu que es fa servidor,

per rentar-nos els peus;

d’un Déu que es fa eucaristia,

per refer les nostres forces;

d’un Déu que dóna la vida,

per donar-nos vida eterna.

Mai s’havia vist un amor tant gran.



Veurem com la mort ha estat vençuda,

perquè l’amor és més gran que la mort.

Veurem com el camí de la Pasqua passa per la Creu,

com el camí de la vida passa per la mort,

com el camí de la llum passa per la tenebra.



Són dies de refer el compromís,

dies d’apropar-nos al misteri de la vida, al misteri de la Creació.

Dies de descobrir la presència de Crist en el qui pateix,

en les víctimes de la tortura;

descobrir la presència de la misericòrdia de Crist

en el qui serveix i allibera;

descobrir la presència del Crist ressuscitat

en el qui lluita i espera.



Viu la Setmana Santa des de l’oració i la solidaritat;

una Setmana Santa

que assoleixi d’escurçar la processó de la pobresa;

una Setmana Santa que pugui treure algun “pas” o alguna estació

del viacrucis de la marginació;

alguna fuetada o alguna espina menys als qui sofreixen;

alguna hora menys d’agonia i de tortura als oprimits;

menys caigudes i menys llàgrimes, menys espolis;

menys crueltat, menys injustícia,

menys set, menys soledat.

Intentar abreujar els dies de la Passió de Crist en els pobres

per tal arribin el més aviat possible

els dies de la Santa Resurrecció de Crist

en la Nova Humanitat.



DIUMENGE de PASSIÓ - DIUMENGE de RAMS


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro - Domingo, 25 de marzo de 2018


Jesús entra en Jerusalén. La liturgia nos invitó a hacernos partícipes y tomar parte de la alegría y fiesta del pueblo que es capaz de gritar y alabar a su Señor; alegría que se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. Pareciera que en esta celebración se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tener: capaces de amar mucho… y también de odiar ―y mucho―; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero también de grandes abandonos y traiciones.
Y se ve claro en todo el relato evangélico que la alegría que Jesús despierta es motivo de enojo e irritación en manos de algunos.
Jesús entra en la ciudad rodeado de su pueblo, rodeado por cantos y gritos de algarabía. Podemos imaginar que es la voz del hijo perdonado, la del leproso sanado o el balar de la oveja perdida, que resuenan a la vez con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria… Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor». ¿Cómo no alabar a Aquel que les había devuelto la dignidad y la esperanza? Es la alegría de tantos pecadores perdonados que volvieron a confiar y a esperar. Y estos gritan. Se alegran. Es la alegría.
Esta alegría y alabanza resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales[1]. Alegría insoportable para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. Muchos de estos piensan: «¡Mira que pueblo más maleducado!». Alegría intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas. ¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse! ¡Qué difícil es poder compartir esta alegría para quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros![2]
Y así nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡Crucifícalo!». No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es el grito que nace cuando se pasa del hecho a lo que se cuenta, nace de lo que se cuenta. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para salirse con la suya. Esto es un falso relato. El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «Crucifícalo, crucifícalo».
Y así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión, ese «padecer con», la compasión, que es la debilidad de Dios.
Frente a todos estos titulares, el mejor antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad. Hermanos y hermanas: ¿Qué mira nuestro corazón? ¿Jesucristo sigue siendo motivo de alegría y alabanza en nuestro corazón o nos avergüenzan sus prioridades hacia los pecadores, los últimos, los olvidados?
Y a ustedes, queridos jóvenes, la alegría que Jesús despierta en ustedes es para algunos motivo de enojo y también de irritación, ya que un joven alegre es difícil de manipular. ¡Un joven alegre es difícil de manipular!
Pero existe en este día la posibilidad de un tercer grito: «Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos» y él responde: «Yo les digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,39-40).
Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido. Los mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y silencie.
Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen. «¡Estad callados!». Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes.
En este Domingo de ramos, festejando la Jornada Mundial de la Juventud, nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer y de todos los tiempos, también a los de hoy: «Si ellos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Queridos jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifícalo» del viernes... Y está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y responsables  ―tantas veces corruptos― callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán?
Por favor, decídanse antes de que griten las piedras.
 

[1] Cf. R. Guardini, El Señor, 383.
[2] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.




DIJOUS SANT - CENA DEL SENYOR

“No es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para transmitir la experiencia vivida para el bien de otras personas”: El Papa Francisco en la cárcel Regina Coeli de Roma, Jueves Santo 2018
Homilía en la Misa de la Cena del Señor
Jesús termina su discurso diciendo: «Os he dado ejemplo, para que como yo  he hecho con vosotros, también lo hagáis». Lavar los pies. Los pies en aquel tiempo eran lavados por los esclavos. Era un trabajo de los esclavos. La gente recorría las calles, no había asfalto, no había adoquines; en aquel tiempo había polvo en el camino y la gente se ensuciaba los pies. Y en la entrada de las casas estaban los esclavos que lavaban los pies. Era un trabajo de esclavos, pero era un servicio: un servicio hecho por los esclavos. Jesús quiso hacer este servicio para darnos un ejemplo de cómo nosotros tenemos que servirnos los unos a los otros.
Una vez, cuando estaban en camino, dos de los discípulos que querían hacer carrera, pidieron a Jesús ocupar los puestos importantes, uno a su derecha y el otro a la izquierda, (cfr. Mc 10,35-45). Jesús los miró con amor -Jesús siempre miraba con amor – y les dijo: «No sabéis lo que». Los jefes de las naciones – dice Jesús –  “dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (v.48) Pensemos, en aquella época de los reyes, emperadores, muchos crueles, que se hacían servir por los esclavos. Pero Entre vosotros  – dice Jesús – no debe ser así: el que quiera ser grande, que se haga servidor. Vuestro jefe debe ser vuestro servidor. Jesús revierte la costumbre sólida y cultural de aquella época y también la de hoy. El que manda debe ser un jefe que, sea donde sea, debe servir.
Pienso muchas veces – no en este tiempo porque cada uno está vivo todavía y tiene la oportunidad de cambiar vida y no podemos juzgar –,  pero pensemos en la historia: si tantos reyes, emperadores, jefes de estado hubieran entendido esta enseñanza de Jesús y en vez de dominar, ser crueles, matar gente, hubieran hecho esto: ¡cuántas guerras se hubieran evitado! El servicio: de verdad que hay gente que no facilita esta actitud, gente soberbia, gente odiosa, gente que tal vez nos desea el mal; pero nosotros estamos llamados a servirlos aún más. Y también hay gente que sufre, que está descartada por la sociedad, al menos por un tiempo, y Jesús va allí para decirles “tú eres importante para mí. Jesús viene a servirnos, y la señal que Jesús nos sirve hoy aquí, en la cárcel de Regina Coeli, es que ha querido elegir a doce de vosotros para lavaros los pies. Jesús arriesga por cada uno de nosotros. Jesús no se llama Poncio Pilato, no sabe “lavarse las manos”,  solo sabe arriesgar.
Mirad esta imagen tan bella: Jesús, inclinado entre las espinas, arriesgando herirse para agarrar a la oveja perdida. Hoy yo, que soy pecador como vosotros, pero que represento a Jesús, soy embajador de Jesús. Hoy, cuando me incline ante cada uno de vosotros, pensad: “Jesús ha arriesgado en este hombre, un pecador, para venir a verme y decirme que me ama”.   Éste es el servicio, éste es Jesús: no nos abandona nunca, nunca se cansa de perdonar, nos ama tanto. ¡Mirad como arriesga Jesús!
Y así, con este sentimiento, vamos adelante en esta ceremonia que es simbólica. Antes de darnos su Cuerpo y su Sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros, y arriesga en el servicio porque nos ama tanto.

 Palabras del Papa antes del rito de la paz
 Y ahora, todos nosotros – estoy seguro que todos nosotros- tenemos el deseo de estar en paz con todos. Pero en nuestros corazones hay tantos sentimientos contradictorios. Es fácil estar en paz con aquellos que amamos y con aquellos que nos hacen bien; pero no es fácil estar en paz con aquellos que nos han hecho mal, que no nos aman, con quienes estamos enemistados. En silencio, un momento, que cada uno piense en quienes nos quieren y a quienes queremos, y también cada uno de nosotros piense en los que no nos quieren y también en los que no queremos, y también, es más, de quienes querríamos vengarnos. Y le pedimos al Señor, en silencio, la gracia de dar a todos, buenos y malos, el don de la paz.

Palabras del Papa al final de su visita y tras intervenir la directora del centro penitenciario y un recluso
Tú (el recluso) has hablado de una mirada: renovar la mirada… Esto es bueno, porque, a mi edad, por ejemplo, vienen las cataratas y no se ve viene la realidad: al año próximo deben hacerme una operación cataratas… Y así sucede con el lama: los trabajos de la vida, los cansancios, los errores, las desilusiones oscurecen la mirada, oscurecen el alma. Y por ello, lo que tú has dicho es verdad: aprovechar la oportunidad para renovar la mirada. Y como dije ayer en la audiencia general de la Plaza de San Pedro, en tantos lugares, también en mi tierra, las mamás y las abuelas llevan a los niños a lavarse los ojos para tengan en la mirada la esperanza de Cristo resucitado. No os canséis jamás de renovar la mirada. De haceros una operación diaria de cataratas… Y siempre renovar la mirada. Es un bello esfuerzo.
Todos vosotros sabéis lo que es lo de la botella de vino a mitades: si yo miro la botella medio vacía es desagradable la vida, pero si la miro medio llena tengo para beber. La mirada que se abre a la esperanza, palabra que has dicho tú y que también ha dicho ella (la directora) y ella la ha repetido varias veces. No se puede concebir un centro penitenciario como este sin esperanza. Aquí, sus internos, están para aprender y para hacer crecer las semillas de esperanza: ¡no hay ninguna pena justa –justa- que deje abrirse a la esperanza! ¡Una pena que no está abierta a la esperanza no es cristiana, no es humana!
Están, sí, las dificultades de la vida, las cosas desagradables, la tristeza –uno piensa en los suyos, piensa, en la madre, el padre, la mujer, el marido, los hijos- y es terrible esta tristeza. Pero no puede dejarse de animarse. Yo estoy aquí, pero para reinsertarme, renovado o renovada. Es esta es la esperanza. Sembrar esperanza. Siempre, siempre. Vuestro trabajo es este: ayudar a la siembra de reinserción y esto hace bien a todos. Siempre. Cada pena debe estar abierta a un horizonte de esperanza. Por esto, no es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para transmitir la experiencia vivida para el bien de otras personas.
Agua de resurrección, mirada nueva, esperanza: esto os deseo. Sé que habéis trabajado tanto para preparar esta visitas, incluso habéis pintado de blanco las paredes… Os lo agradezco. Es para mí es una señal de benevolencia y de acogida que os agradezco mucho. Estoy cerca de vosotros, rezo por vosotros y vosotros rezad por mí. Y no lo olvidéis: el agua que hace posible la mirada nueva y la esperanza.





DIVENDRES SANT


VIA CRUCIS - COLISEO 2018 
Texto de las meditaciones.

http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2018/documents/ns_lit_doc_20180330_via-crucis-meditazioni_sp.html



Tras el Vía Crucis del Viernes Sant, presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma,donde muchos de los primeros cristianos murieron martirizados, el Papa Francisco rezó una larga y emotiva oración dirigida a Jesús llena de vergüenza, arrepentimiento y esperanza”.
A continuación, el texto completo de la oración:

Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti,
llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.
Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna
por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados:
La vergüenza de haber huido ante la prueba
a pesar de haber dicho miles de veces
“incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás”.
La vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti,
el poder y no a ti, la apariencia y no a ti,
el dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad.
La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón
cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba,
diciéndote: “si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos”.
La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros,
que se han dejado engañar
por la ambición y por la vana gloria
perdiendo su dignidad y su primer amor.
La vergüenza porque nuestras generaciones
están dejando a los jóvenes un mundo fracturado
por las divisiones y por las guerras;
un mundo devorado por el egoísmo
donde los jóvenes, los pequeños,
los enfermos, los ancianos son marginados.
La vergüenza de haber perdido la vergüenza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!

Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento
que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:
Un arrepentimiento que germina ante la certeza
de que sólo tú puedes salvarnos del mal,
sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo,
de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría,
sólo tú puedes abrazarnos devolviéndonos la dignidad filiar
y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.
El arrepentimiento que surge
de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada,
nuestra vanidad y que se deja acariciar
por su dulce y poderosa invitación a la conversión.
El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria,
encuentra en ti su única fuerza.
El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza,
que nace de la certeza de que nuestro corazón
permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre
y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.
El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya,
llora amargamente
por haberte negado delante de los hombres.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!
 Ante tu suprema majestad se enciende,
en la tenebrosidad de nuestra desesperación,
la chispa de la esperanza para que sepamos
que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.
La esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy,
a tantas personas y pueblos
a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad,
sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza,
sólo el abrazo fraterno puede dispersar
la hostilidad y el miedo del otro.
La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy,
a emanar el perfume del amor divino que acaricia los corazones
de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas
convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad
en este mundo devorado por la lógica
del beneficio y de la ganancia fácil.
La esperanza de que tantos misioneros y misioneras
continúen hoy a desafiar
la adormecida conciencia de la humanidad
arriesgando sus vidas para servirte
en los pobres, en los descartados,
en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados,
en los hambrientos en los encarcelados.
La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores,
continúe, incluso hoy,
a pesar de todos los intentos de desacreditarla,
a ser una luz que ilumine, anime, alivie
y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad,
un modelo de altruismo, un arca de salvación
y una fuente de certeza y de verdad.
La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía
de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección
transformando las tinieblas de la tumba
en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer,
enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos, Hijo del Hombre,
a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda,
y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti
una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar,
un derrotado del que burlarse,
otra ocasión para atribuir a los demás,
e incluso a Dios, las propias culpas.
Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios,
que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró
con ojos llenos de vergüenza,
de arrepentimiento y de esperanza;
que con ojos de fe vio en tu aparente derrot
a la victoria divina,
y así, arrodillados delante de tu misericordia,
y con honestidad,
ganó el paraíso. Amén.




VETLLA PASQUAL


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana. Vigília Pascual, 31 de marzo de 2018 

Esta celebración la hemos comenzado fuera... inmersos en la oscuridad de la noche y en el frío que la acompaña. Sentimos el peso del silencio ante la muerte del Señor, un silencio en el que cada uno de nosotros puede reconocerse y cala hondo en las hendiduras del corazón del discípulo que ante la cruz se queda sin palabras.
Son las horas del discípulo enmudecido frente al dolor que genera la muerte de Jesús: ¿Qué decir ante tal situación? El discípulo que se queda sin palabras al tomar conciencia de sus reacciones durante las horas cruciales en la vida del Señor: frente a la injusticia que condenó al Maestro, los discípulos hicieron silencio; frente a las calumnias y al falso testimonio que sufrió el Maestro, los discípulos callaron. Durante las horas difíciles y dolorosas de la Pasión, los discípulos experimentaron de forma dramática su incapacidad de «jugársela» y de hablar en favor del Maestro. Es más, no lo conocían, se escondieron, se escaparon, callaron (cfr. Jn 18,25-27).
Es la noche del silencio del discípulo que se encuentra entumecido y paralizado, sin saber hacia dónde ir frente a tantas situaciones dolorosas que lo agobian y rodean. Es el discípulo de hoy, enmudecido ante una realidad que se le impone haciéndole sentir, y lo que es peor, creer que nada puede hacerse para revertir tantas injusticias que viven en su carne nuestros hermanos.
Es el discípulo atolondrado por estar inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria, silencia la esperanza y lo habitúa al «siempre se hizo así». Es el discípulo enmudecido que, abrumado, termina «normalizando» y acostumbrándose a la expresión de Caifás: «¿No les parece preferible que un solo hombre muera por el pueblo y no perezca la nación entera?» (Jn 11,50).
Y en medio de nuestros silencios, cuando callamos tan contundentemente, entonces las piedras empiezan a gritar (cf. Lc 19,40)[1] y a dejar espacio para el mayor anuncio que jamás la historia haya podido contener en su seno: «No está aquí ha resucitado» (Mt 28,6). La piedra del sepulcro gritó y en su grito anunció para todos un nuevo camino. Fue la creación la primera en hacerse eco del triunfo de la Vida sobre todas las formas que intentaron callar y enmudecer la alegría del evangelio. Fue la piedra del sepulcro la primera en saltar y a su manera entonar un canto de alabanza y admiración, de alegría y de esperanza al que todos somos invitados a tomar parte.
Y si ayer, con las mujeres contemplábamos «al que traspasaron» (Jn 19,36; cf. Za 12,10); hoy con ellas somos invitados a contemplar la tumba vacía y a escuchar las palabras del ángel: «no tengan miedo… ha resucitado» (Mt 28,5-6). Palabras que quieren tocar nuestras convicciones y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los acontecimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacionarnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cristianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.
Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos.  Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza.
La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invitación a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nuestra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Queremos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante los acontecimientos?
¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.


[1]«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».






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