dijous, 16 d’abril del 2020

TRIDUUM PASQUAL 2020



Realment 
Crist ha ressuscitat!  
Al·leluia! 
Bon Pasqua!!!
 Christus surrexit. 
Surrexit Dominus vere. 
Alleluiah !!
复 活节快乐
المسيح قم حقا قا م

Cristo e' risorto

E' veramente risorto,
Χριστο'ς Ανεστη

Αληθως Ανεστι.
Happy Easter!!
¡Feliz Pascua 

de Resurrección!


 DIJOUS SANT



LAVAR LOS PIES ES...

 
● Lavar los pies 

es respetar a los demás
No hacer o decir nada que les moleste.
● Lavar los pies es acompañar.
Siempre hay personas que sufren soledad.
Hombres y mujeres que nos piden la mano.
Pobres que claman solidaridad y justicia.
● Lavar los pies es perdonar. 
 Dos no riñen si uno no quiere.
Perdonar y reconciliarse.
Ofrecer siempre una nueva oportunidad.
Estar dispuesto a volver a empezar.
● Lavar los pies es tener pequeños detalles
con todos, aunque no los tengan conmigo.
Dar amabilidad y ternura gratuitamente.
● Lavar los pies es servir.
La vocación del cristiano es servir.
Como Jesucristo que vino a servir
y no a ser servido.
Darse uno mismo.
● Lavar los pies 
es aceptar las personas tal y como son.
No esperar a que sean lo que a mi me gustaría,
sino como son de hecho.
Descubrir que cada hombre y cada mujer
son un proyecto de Dios.
● Lavar los pies 
es no hablar mal de los demás
Fuera las ironías y los chismes
que tanto destrozan la fraternidad.
● Lavar los pies 
es exigir y luchar
por los derechos y la dignidad
de toda persona.
Obrar con sentido de justicia.
Descubrir como la solidaridad
es la ternura de los pueblos
y el rostro de Dios.
● Lavar los pies 
es atender especialmente
a quienes son abandonados o marginados,
excluidos o arrinconados.
● Lavar los pies 
es olvidarse de uno mismo
para servir al prójimo,
para estar siempre disponible, por amor.

















DIVENDRES SANT




QUI HO HA DIT QUE NO HI HA SETMANA SANTA? 


Que no heu vist la immensa processó de gent,
sense vestes ni manaies, que dóna positiu del coronavirus?
Que no veieu el Via Crucis del personal sanitari
pujant el Calvari de la pandèmia, desbordats de forces
i amb l’angoixa de no donar l’abast?
Qui digui que el Natzarè no sortirà aquesta Setmana Santa
 és que encara no l’ha reconegut en els sanitaris
de bata blanca  i de cor fi
que es carreguen la creu del dolor dels afectats.
Que no veieu tants científics i metges que suen sang i aigua,
com a Getsemaní, per trobar un tractament en forma de vacuna?
Que no diguin que Jesús no passa aquest any pels carrers
quan hi ha tanta gent que ha de treballar
per fer arribar els aliments i els fàrmacs a tothom.
Que no heu vist la corrua de Cirineus
que s’ofereixen per ajudar d’alguna manera
a portar les creus pesades?
No veieu quantes Veròniques que s’exposen
a infectar-se per eixugar el rostre dels afectats?
Qui diu que Jesús no cau a terra cada vegada
que sentim les xifres fredes de noves víctimes?
No estan vivint la Passió tantes residències geriàtriques,
plenes de gent gran i cuidadors amb factors de màxim risc?
Que no és com una corona d’espines pels nens i nenes
que han de viure aquesta crisi tancats, sense entendre-hi gran cosa
i sense poder córrer pels parcs i carrers?
No se senten injustament condemnades les escoles i universitats
 i botigues que han hagut de tancar?
Que no són assotats tots els països del món pel flagell d’aquest virus?
No fan com Ponç Pilat, que se’n renta les mans,
els dirigents que només busquen treure algun rèdit polític de la situació?
No pateixen, impotents com els deixebles sense el Mestre,
 tantes famílies confinades a casa, moltes amb problemes,
 sense saber com i quan s’acabarà tot?
No és el rostre de Maria Dolorosa
el que es reflecteix en tantes mares i familiars que sofreixen
la mort d’éssers estimats i encara a distància?
No és com arrencar les vestidures l’angoixa de tantes famílies
 i petites empreses que veuran despullada la seva economia?
No s’assembla a l’agonia de Jesús
la manca de respiradors que hi ha a les UCI del país?
Que no diguin que no hi haurà Setmana Santa, que no ho diguin,
 perquè segurament mai el drama de la Passió
no havia estat tan real i autèntic.





PASQUA de RESURRECCIÓN




HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana - Sábado Santo, 11 de abril de 2020

«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado, rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.

En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.

El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.


Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.


Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede, nos precede siempre. Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita, allí, en mi Galilea. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba. Con la memoria de mi Galilea.
 Pero hay más. Galilea era la región más alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.

Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.


diumenge, 5 d’abril del 2020

Diumenge de Rams 2020



HOSANNA AL FILL DE DAVID!!!
BENEÏT EL QUI VE EN NOM DEL SENYOR.
HOSANNA A DALT DEL CEL!!!












           DEMOS EL PASO


● La Pascua está cerca, llega la hora,
es tiempo de decisiones
y de convicciones firmes.
Jesús invita, llama a seguirlo,
convoca al encuentro,
abre el camino a la vida nueva,
que pasa por la cruz y nos conduce al Reino.
● Jesús, maestro, amigo, compañero,
te seguimos: ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como Pedro, Andrés, Juan y Santiago.
Que no dudemos
y seamos capaces
de ponernos en camino tras tus huellas,
dando lo mejor de nosotros
para que todos puedan vivir mejor
y llegue el Reino, tu Reino Señor.
● ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como María, la madre, nuestra madre.
Que aprendamos a decir con ella
"Aquí estoy Señor
que se haga en mi, tu voluntad".
● Que no seamos mezquinos, ni egoístas,
que seamos portadores de vida,
de dignidad, de buena convivencia.
Que hagamos realidad tu evangelio, Jesús,
en el hacer y vivir de cada día.
● ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como Zaqueo, que no dudó y cambió su vida
cuando tú le saliste al encuentro.
Que aprendamos a compartir nuestros bienes,
don de Dios para provecho compartido
y no para egoísta acumulación
que mata y aleja del Reino.
● Que aprendamos a revisar nuestra vida,
a reconocer nuestros errores,
a comprometernos en la conversión permanente,
en el continuo crecimiento interior,
a demostrarlo con gestos y hechos cotidianos.
● ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como aquella pobre viuda en el Templo,
sencilla, humilde,
que supo dar de corazón
lo poco que tenía.
● ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como las mujeres que acompañaban a Jesús.
Fieles, cerca de la cruz,
cuando los demás habían huído
y Jesús moría solo y abandonado.
Que nos mantegamos fuertes en la fe,
firmes en la esperanza,
activos en el amor concreto.
Que no tengamos vergüenza
de confesar nuestra fe cristiana.
Que no reneguemos de nuestras convicciones
en los momentos difíciles.
Que aprendamos el camino de la cruz
para ser fieles a tu proyecto, Señor,
de Salvación.
● ¡Ayúdanos a dar el paso!
Como los discípulos de Emaús.
Que aprendamos a reconocerte,
cuando caminas a nuestro lado,
explicándonos las cosas que suceden
desde la mirada de Dios Padre,
● Ayúdanos a discernir
y encontrar cómo vivir mejor
el evangelio en nuestros días.
Que sepamos rectificar en el camino,
si es necesario, para anunciar
tu presencia viva a los demás.
Que sepamos cambiar nuestros planes
al dejar que Dios Padre entre n nuestra vida
con propuestas y horizontes nuevos.
●¡Ayúdanos a dar el paso, Señor!
Ayúdanos a vivir la Pascua
Muéstranos qué cosas de nuestra persona,
de nuestra mentalidad,
de nuestra manera de vivir,
deben morir para cambiar y ser nuevas,
hombres y mujeres resucitados y resucitadores.
●Que demos el paso liberador, comprometido,
de vivir anunciando tu Resurrección
con la práctica de una vida nueva,
guiada por la justicia, el perdón, la bondad,
el amor, y la solidaridad cotidianas.
         - Que así, buen Señor
            Dios Padre Bueno -




   

Lectura del libro de Isaías (50,4-7):
Mi Señor me ha dado
   una lengua de iniciado,
 para saber decir al abatido
   una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
 El Señor me abrió el oído.
 Y yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda
   a los que me apaleaban,
las mejillas
  a los que mesaban mi barba;
no me tapé el rostro
   ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda,
 por eso no sentía los ultrajes;
 por eso endurecí el rostro como pedernal,
  sabiendo que no quedaría defraudado.






     HIMNE DE FILIPENCS
Jesucrist, que era de condició divina,
no es volgué guardar gelosament la seva igualtat amb Déu,
sinó que es va fer no-res, fins a prendre la condició d'esclau.
Havent-se fet semblant als homes
i començant de captenir-se com un home qualsevol,
s'abaixà i es féu obedient fins a acceptar la mort,
i una mort de creu.
Per això Déu l'ha exalçat
i li ha concedit aquell nom que està per damunt de tot altre nom,
perquè tothom, al cel, a la terra i sota la terra,
doblegui el genoll al nom de Jesús,
i tots els llavis reconeguin que Jesucrist és Senyor,
a glòria de Déu Pare. 
                           (Fl 2,6-11)


LECTURA de la PASIÓN según SAN MATEO
Mateo 26,14-27,66


 DOMINGO de RAMOS y de la PASIÓN del SEÑOR
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO - Baslica de San Pedro
XXXV Jornada Mundial de la Juventud - Domingo, 5 de abril de 2020


Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.
Pero, una pregunta: ¿Cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.
El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.
La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.
Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome... Por eso, ¡sigo adelante!”.
El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?”, el porqué más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, por todos nosotros, lo ha hecho para decirnos: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.
Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado —mirad, mirad al Crucificado—, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos, mirando al Crucificado, la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer. 
Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva, nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Es decir, sin condiciones, sí al amor, como hizo Jesús por nosotros.
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