dijous, 8 d’abril del 2021

SETMANA SANTA 2021 - BONA PASQUA de RESURRECCIÓ.



Realment 
Crist ha ressuscitat!  

Al·leluia! 

Bon Pasqua!!!

¡Feliz Pascua 

de Resurrección!

 Christus surrexit. 
Surrexit Dominus vere. 
Alleluiah !!
复 活节快乐
المسيح قم حقا قا م

Cristo e' risorto

E' veramente risorto,
Χριστο'ς Ανεστη

Αληθως Ανεστι.
Happy Easter!!

 



   DIUMEGE de RAMS 

DIUMENGE de la PASSIÓ del SENYOR




HOMILÍA del PAPA FRANCiSCO

Basílica de San Pedro - Domingo, 28 de marzo de 2021 

Esta Liturgia suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro. Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa. Entremos entonces en este estupor.

Jesús nos sorprende desde el primer momento. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. La gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué les sucedió? En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia... y tantas cosas más. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no es suficiente. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.



¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?

Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.


Pidamos la gracia del estupor. La vida cristiana, sin asombro, es monótona. ¿Cómo se puede testimoniar la alegría de haber encontrado a Jesús, si no nos dejamos sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace comenzar de nuevo? Si la fe pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación. Y no tiene ninguna otra salida más que refugiarse en el legalismo, en el clericalismo y en todas esas actitudes que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo.

En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor. San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? ¿Por qué? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor.

Volvamos a comenzar desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: “Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!”. Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Ésta es la grandeza de la vida, descubrirse amados. Y la grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor.  En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisaica condena.

Hoy el Evangelio nos muestra, justo después de la muerte de Jesús, la imagen más hermosa del estupor. Es la escena del centurión que, al verlo «expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc 15,39). Se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y esto lo impresionó. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. Muchos antes de él en el Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible. Ahora ya no, ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor.

Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este estupor nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.

 



DILLUNS SANT

DIMARTS SANT

DIMECRES SANT




DIJOUS SANT - LA CENA DEL SENYOR



Dijous Sant. Missa de la Cena del Senyor (1 d’abril de 2021)

Homilia del P. Josep M Soler, Abat de Montserrat (1 d’abril de 2021)

Èxode 12:1-8.11-14 / 1 Corintis 11:23-26 / Joan 13:1-15

 Alçaré el calze per celebrar la salvació, cantava el salmista. Alçarà el calze, germans i germanes estimats, per agrair a Déu tot el bé que li ha fet, per agrair la salvació que li ha atorgat. Ho farà davant dels presents com a signe públic d’agraïment, com un brindis ofert a Déu.


En aquesta nit del darrer sopar de Jesús, el punt de referència, però, no és principalment el calze de què parla el salmista. Ens ho feien entendre les paraules de sant Pau que la litúrgia ens posava als llavis com a resposta al salm: el calze de la benedicció és comunió amb la Sang de Crist. El punt principal de referència, doncs, és el calze que prengué Jesús al final de l’últim sopar amb els deixebles. I que, com ell va dir, és el calze de la nova aliança segellada en la seva Sang. Aquest calze de Jesús troba la seva continuïtat sagramental en cada celebració de l’eucaristia. Fins al punt que la pregària eucarística que centrarà la nostra celebració, el Cànon romà, els identifica; en parla com si el que el calze que prengué Jesús i el que farem servir nosaltres fos el mateix. En efecte, al moment de la consagració direm: “igualment prengué aquest calze amb les seves mans santes i venerables”. I és que la identificació no ve de materialitat del calze, sinó del fet de contenir la Sang de Crist. La que Jesús va oferir als deixebles al darrer sopar perquè en beguessin com a sagrament i la que l’endemà vessà a la creu quan es va oferir com a víctima per la salvació de tots. Per això és –tal com cantàvem- calze de benedicció i els cristians l’alcem per celebrar la salvació que Jesucrist ens ha obtingut lliurant-se a la mort.

Quelcom semblant podríem dir del pa que Jesús, després de donar gràcies, el partí, el passà als seus deixebles i els digué: això és el meu Cos, ofert per vosaltres. Feu això per celebrar el meu memorial. També aquest vespre, per celebrar la salvació, després de la consagració alçarem el pa que és comunió amb el Cos de Crist. L’alçarem per oferir-lo al Pare com a víctima d’acció de gràcies, tal com anunciava profèticament el salmista.


Es tracta d’un oferiment doble. D’una banda, en cada celebració de l’Eucaristia, nosaltres oferim al Pare la víctima d’acció de gràcies que és el sacrifici de Jesucrist. Però, l’oferiment més gran és el que ens fa el Pare sota l’acció de l’Esperit Sant, en concedir-nos de participar “del pa de la vida eterna i del calze de la salvació” perquè vol omplir-nos de la seva “gràcia i de totes les benediccions del cel” (cf. Cànon romà). Avui que commemorem la institució de l’eucaristia en el darrer sopar del Senyor, ho agraïm, meravellats per un do tan gran ofert cada dia a la nostra participació. Nosaltres oferim al Pare allò el Fill ens ha donat; li oferim com a expressió del nostre desig d’estimar-lo ni que sigui d’una manera maldestra. Però ell, el Pare, ens estima en plenitud, i com que li doldria la mort dels qui l’estimen, ens ofereix per mitjà de Jesucrist el nodriment de la immortalitat, que, a més ens enforteix en el camí d’amor i de servei de cada dia.

Com podem retornar al Senyor tot el bé que ens ha fet? ens podem preguntar aquest vespre amb el salmista. I ell mateix, en el salm que hem cantat, ens en dóna unes pistes de com fer-ho. Podem correspondre al Senyor, lloant-lo i donant-li gràcies sincerament perquè des del dia que vàrem néixer a la vida de fe ens ha fet fills en Jesucrist. Podem correspondre-li, a més, invocant el seu nom i complint les nostres prometences baptismals; testimoniant davant els altres el seu amor generós per mitjà d’una vida no pas centrada en nosaltres mateixos sinó lliurada als altres com la de Jesús, tal com hem vist a l’evangeli. I, encara, podem retornar al Senyor tot el bé que ens ha fet vivint la celebració eucarística –que és el nostre alçar el calze per celebrar la salvació- d’una manera conscient i activa i acollint amb agraïment allò que el Pare ens ofereix i que Jesús, el Senyor, ens deixà la nit que havia de ser entregat: el seu Cos i la seva Sang.


Hem de ser conscients que menjar el pa eucarístic i beure el calze “és un procés espiritual” que abasta tota la nostra realitat. Menjar i beure els Sants Dons de l’eucaristia significa en primer lloc adorar el Senyor que hi és present i, després, deixar que el Cos i la Sang de Crist entrin dintre nostre de manera que el nostre jo “sigui transformat i s’obri al gran nosaltres”, a tota l’Església i fins a tota la humanitat, de manera que tots els qui participem de la taula eucarística arribem a ser una sola cosa amb ell, Jesucrist (cf. J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia citat a Liturgia y Espiritualidad 52(2021)100) Com una manera concreta d’aquest obrir-nos al altres, podreu fer una aportació a la col·lecta que farem a favor de Càritas, que, cada dia veu com es multipliquen les peticions d’ajuda a causa de les conseqüències de la pandèmia.

Adorar, menjar i beure el sagrament eucarístic, deixar-se’n transformar, servir els altres amb amor per viure la comunió eclesial i contribuir a crear la unitat solidària entre tots els homes i dones del món. Aquest és el missatge que se’ns confia aquest vespre juntament amb la força per dur-ho a terme que ens ve de l’eucaristia.

Amb agraïment, doncs, alcem el calze per celebrar la salvació i per agrair la comunió amb el Cos i la Sang de Crist.


 ¿Seré yo?

¿Seré yo, Maestro,

quien afirme

o quien niegue?

¿Seré quien te venda

por treinta monedas

o seguiré a tu lado

con las manos vacías?

¿Pasaré alegremente

del «hossannah»

al «crucifícalo»,

o mi voz cantará

tu evangelio?

¿Seré de los que tiran la piedra

o de los que tocan la herida?

¿Seré levita, indiferente

al herido del camino,

o samaritano conmovido

por su dolor?

¿Seré espectador

o testigo?

¿Me lavaré las manos

para no implicarme,

o me las ensuciaré

en el contacto con el mundo?

¿Seré quien se rasga las vestiduras

y señala culpables,

o un buscador humilde de la verdad?

Jose Maria Rodriguez Olaizola, 2021

 









DIVENDRES SANT - LA PASSIÓ DEL SENYOR



 



 Divendres Sant. Celebració de la Passió del Senyor (2 d’abril de 2021)

Homilia del P. Josep M Soler, Abat de Montserrat (2 d’abril de 2021)

Isaïes 52:13-53:12 / Hebreus 4:14-16; 5:7-9 / Joan 18:1-19:42

 La meva missió és la de ser un testimoni de la veritat, deia Jesús a Ponç Pilat. I aquest li preguntava: i la veritat que és?


Sí, germans i germanes: i la veritat que és? Ens ho podem preguntar com s’ho pregunta tanta gent en el nostre context cultural tan donat al subjectivisme i tan atacat per les notícies falses. I la veritat que és? Jesús en el context de l’interrogatori de Pilat no respon la pregunta. Però a partir del context de totes les paraules de Jesús, podem respondre-la. Aquí la veritat no fa referència tant a la correspondència objectiva del que es diu amb la realitat dels fets, com a una paraula de la qual et pots fiar, una paraula fidel, que no falla ni decep. Jesús ha vingut a ser un testimoni de la veritat. I podem distingir tres àmbits de la veritat que testimonia. El primer és el de la veritat que és Déu, i de la veritat que és Jesús mateix des del moment que ha vingut al món perquè el Pare l’ha enviat i que qui el veu, a ell, veu el Pare (cf. Jo 12, 44-45). En un món ple d’incerteses, fràgil i passatger, tal com ens mostra cada dia la pandèmia de Covid, on res no ens pot donar una seguretat plena i total, Jesús dóna testimoni de la veritat que és la seva paraula, de la veritat que és seu amor que salva. Tot el que ha predicat, tot el que ara està vivint, des de la seva detenció a l’hort de les oliveres, en el judici davant el Gran Sacerdot o davant Pilat, en la tortura i en l’execució que vindran, tot és per testimoniar la veritat del Pare i del seu amor sense límits (cf. Jo 13, 1).


Jesús és testimoni de la veritat de Déu. D’un Déu ple de tendresa i per això ric en misericòrdia. Però, en un segon àmbit, és, també, testimoni de la veritat de l’home, de tot ésser humà. Del que cada home i cada dona són als ulls de Déu: creats per amor i revestits d’una dignitat inalienable. Déu no vol la marginació de ningú, ni l’explotació, ni la violència, ni l’assassinat, ni la mort eterna. Per això quan Pilat presenta, a la gent que en demanava la condemna, Jesús flagel·lat, coronat d’espines i amb un ridícul mantell de porpra, els diu: aquí teniu l’home. L’home sofrent, l’home marginat, l’home humiliat, l’home abocat a la mort. Jesús en la seva passió i en la seva creu pren damunt seu tot el sofriment de la malaltia, de la pobresa i de la marginació, de la violència de tantes menes, dels qui han d’emigrar o de fugir, dels exclosos i menyspreats socialment, dels qui són víctimes de les seves febleses i del seu pecat. També de cadascun de nosaltres. Jesús és l’home que pren damunt seu tot el sofriment del món per vèncer-lo, per alliberar-nos. És l’home que ensenya a estimar sense condicions, a perdonar generosament, a donar la vida gastant-la per Déu i pels altres.


En un tercer àmbit, Jesús és testimoni de la veritat de la història. Ell n’és el Senyor, en té la sobirania. Ell n’és el centre, des del moment que tot ha vingut a l’existència per ell i tot s’encamina cap a ell (cf. Col 1, 15-16. 18). I ell, que ara contemplen tan feble i condemnat a mort, en serà el jutge al final de la història per vindicar els drets conculcats a tants homes i dones del món, per demanar comptes als qui fan el mal, per examinar com haurem estimat (cf. Mt 25, 31-46) i per aplegar els fills de Déu dispersos (Jo 3, 17-21; 12, 52). Aquells que, perquè són de la veritat, hauran escoltat la seva veu i hauran viscut estimant i servint com ell.

Per això sorprèn tant el crit de: fora, fora, crucifiqueu-lo. No volen escoltar el testimoni de la veritat. Els fa nosa, posa en qüestió les seves conviccions massa humanes. Fora, fora no és sols el crit de la gent davant Pilat quan sospitava que volia deixar lliure Jesús. També avui, a les nostres societats, hi ha qui no vol la presència de Jesús. Uns l’ignoren perquè no els interessen la seva persona i a la seva paraula. D’altres prenen una actitud poc o molt hostil perquè la persona i la paraula de veritat de Jesús qüestiona el seu comportament. La vida i l’ ensenyament del Senyor continuen essent incòmodes, provocatius, també avui. L’estil de vida, els criteris, les urgències, els afanys de poder i els interessos polítics o econòmics de molts en la nostra societat, topen amb la veritat de Jesús. També n’hi ha que se senten incòmodes amb la seva passió i la seva mort, perquè els recorda que ha de ser primer l’amor plenament gratuït i donat als altres fins al límit, els recorda el valor de la humilitat enfront del poder, els recorda la injustícia que és la condemna d’un innocent i la gravetat de matar per interessos inconfessables. La mort de Jesús es fa incòmode, també, a alguns perquè, atrafegats com estan amb les seves coses, els seus negocis, les seves vacances, les seves evasions, els recorda que la mort és indefugible i tots l’haurem d’afrontar en un moment o altre. En canvi, els cristians hem de continuar testimoniant que el Crucificat és l’únic que salva el món, que la seva mort dalt la creu ha vençut la Mort i és font de vida i revelació de Déu, que en ell hi ha la resposta a totes les nostres preguntes i a tots els nostres anhels, que la seva solitud ha vençut totes les solituds. Ell, enlairat dalt la creu, transforma la mort humiliant i ignominiosa a què el van condemnar en una revelació de l’amor que vol atreure tothom cap a ell per portar tothom cap a la plenitud (cf. M. Delpini, Homilia de vespres de l’Exaltació de la Santa Creu, 2019).


La creu de Jesús agermana els qui compartim la fe cristiana. Per això, el Sant Pare Francesc demana, també enguany, que, mentre fem memòria del gest suprem d’amor de Jesús dalt la creu, ens recordem dels cristians que viuen a Terra Santa i a l’Orient mitjà, els quals han viscut, i viuen, doblement els efectes de la pandèmia, perquè l’han soferta ells també i perquè ha provocat l’absència de pelegrins i, per tant, la caiguda de llocs de treball i la manca de recursos a moltes famílies, a més de les situacions precàries que alguns cristians tenen degudes a la violència o a les sancions econòmiques que afecten algunes d’aquelles terres. Som invitats, doncs, avui a fer la nostra aportació a favor d’aquets germans nostres en la fe.

En aquest Divendres Sant, agraïm la coherència i la veritat de la creu de Jesús que porta la salvació a qui l’acull i que guareix totes les ferides dels qui se li atansen amb fe. Si li obrim el cor i la intel·ligència coneixerem la veritat i la veritat ens farà persones lliures (Jo 8, 32). Coneixerem la veritat que és la realitat de Déu revelada per Jesucrist que comunica la plenitud de la vida veritable. I serem lliures, no tant amb una autonomia interior o amb la llibertat de moviments, sinó lliures davant la mentida i la mort i amb capacitat per viure, gràcies a l’acció de l’Esperit Sant, en la comunió del Pare i del Fill en un procés creixent que culminarà en la vida eterna que ens obre la creu de Jesucrist.




DISSABTE SANT




PASQUA de RESURRECCIÓ







VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro - Altar de la Cátedra

Sábado Santo, 3 de abril de 2021

Las mujeres pensaron que iban a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontraron una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, pero en su lugar escucharon un anuncio de vida. Por eso, dice el Evangelio que aquellas mujeres estaban «asustadas y desconcertadas» (Mc 16,8), estaban asustadas, temerosas y desconcertadas. Desconcierto: en este caso es miedo mezclado con alegría lo que sorprende sus corazones cuando ven la gran piedra del sepulcro removida y dentro un joven con una túnica blanca. Es la maravilla de escuchar esas palabras: «¡No se asusten! Aquel al que buscan, Jesús, el de Nazaret, el crucificado, resucitó» (v. 6). Y después esa invitación: «Él irá delante de ustedes a Galilea y allí lo verán» (v. 7). Acojamos también nosotros esta invitación, la invitación de Pascua: vayamos a Galilea, donde el Señor resucitado nos precede. Pero, ¿qué significa “ir a Galilea”?


Ir a Galilea significa, ante todo, empezar de nuevo. Para los discípulos fue regresar al lugar donde el Señor los buscó por primera vez y los llamó a seguirlo. Es el lugar del primer encuentro y el lugar del primer amor. Desde aquel momento, habiendo dejado las redes, siguieron a Jesús, escuchando su predicación y siendo testigos de los prodigios que realizaba. Sin embargo, aunque estaban siempre con Él, no lo entendieron del todo, muchas veces malinterpretaron sus palabras y ante la cruz huyeron, dejándolo solo. A pesar de este fracaso, el Señor resucitado se presenta como Aquel que, una vez más, los precede en Galilea; los precede, es decir, va delante de ellos. Los llama y los invita a seguirlo, sin cansarse nunca. El Resucitado les dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas. El Señor es así, traza senderos nuevos dentro de los caminos de nuestras derrotas. Él es así y nos invita a ir a Galilea para hacer lo mismo.

Este es el primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de nuestro corazón —cada uno de nosotros los sabe, conoce las ruinas de su propio corazón—, incluso de los escombros de nuestro corazón Dios puede construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza.

Ir a Galilea, en segundo lugar, significa recorrer nuevos caminos. Es moverse en la dirección opuesta al sepulcro. Las mujeres buscaban a Jesús en la tumba, es decir, iban a hacer memoria de lo que habían vivido con Él y que ahora habían perdido para siempre. Van a refugiarse en su tristeza. Es la imagen de una fe que se ha convertido en conmemoración de un hecho hermoso pero terminado, sólo para recordar. Muchos —incluso nosotros— viven la “fe de los recuerdos”, como si Jesús fuera un personaje del pasado, un amigo de la juventud ya lejano, un hecho ocurrido hace mucho tiempo, cuando de niño asistía al catecismo. Una fe hecha de costumbres, de cosas del pasado, de hermosos recuerdos de la infancia, que ya no me conmueve, que ya no me interpela. Ir a Galilea, en cambio, significa aprender que la fe, para que esté viva, debe ponerse de nuevo en camino. Debe reavivar cada día el comienzo del viaje, el asombro del primer encuentro. Y después confiar, sin la presunción de saberlo ya todo, sino con la humildad de quien se deja sorprender por los caminos de Dios. Nosotros tenemos miedo de las sorpresas de Dios, normalmente tenemos miedo de que Dios nos sorprenda. Y hoy el Señor nos invita a dejarnos sorprender. Vayamos a Galilea para descubrir que Dios no puede ser depositado entre los recuerdos de la infancia, sino que está vivo, siempre sorprende. Resucitado, no deja nunca de asombrarnos.


Luego, el segundo anuncio de Pascua: la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay, te impulsa a ir contracorriente con respecto al remordimiento y a lo “ya visto”. Aunque todo te parezca perdido, por favor déjate alcanzar con asombro por su novedad: te sorprenderá.

Ir a Galilea significa, además, ir a los confines. Porque Galilea es el lugar más lejano, en esa región compleja y variopinta viven los que están más alejados de la pureza ritual de Jerusalén. Y, sin embargo, fue desde allí que Jesús comenzó su misión, dirigiendo su anuncio a los que bregan por la vida de cada día, dirigiendo su anuncio a los excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser rostro y presencia de Dios, que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza hasta los mismos límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último, nadie está excluido. Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que vayan, también hoy nos pide de ir a Galilea, en esta “Galilea” real. Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades y las esperanzas. En Galilea aprendemos que podemos encontrar a Cristo resucitado en los rostros de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que sueñan y en la resignación de los que están desanimados, en las sonrisas de los que se alegran y en las lágrimas de los que sufren, sobre todo en los pobres y en los marginados. Nos asombraremos de cómo la grandeza de Dios se revela en la pequeñez, de cómo su belleza brilla en los sencillos y en los pobres.


Por último, el tercer anuncio de Pascua: Jesús, el Resucitado, nos ama sin límites y visita todas las situaciones de nuestra vida. Él ha establecido su presencia en el corazón del mundo y nos invita también a nosotros a sobrepasar las barreras, a superar los prejuicios, a acercarnos a quienes están junto a nosotros cada día, para redescubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y el Resucitado gobierna la historia.

Hermana, hermano si en esta noche tu corazón atraviesa una hora oscura, un día que aún no ha amanecido, una luz sepultada, un sueño destrozado, ve, abre tu corazón con asombro al anuncio de la Pascua: “¡No tengas miedo, resucitó! Te espera en Galilea”. Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque, sabes, el Señor te precede siempre, camina siempre delante de ti. Y, con Él, siempre la vida comienza de nuevo.

   Pascua

La losa está apartada.

La luz se desparrama

por la tierra.

Que no se rindan

los buscadores

de amaneceres.

No hay noche eterna.

No hay victoria para el mal.

El sepulcro está vacío.

La tristeza, bailando,

se transforma

en alegría.El muro sellado

es ahora ventana.

Al otro lado, muestra

un paisaje desconocido.

Dicen que el Amor

pasea por la tierra nueva.

Aparece a quien lo llama.

Solo hay que pronunciar

su nombre

con fe.

Su nombre

sobre todo nombre.

Aparecido.

Cicatrizado.

Resucitado.

Jose Maria Rodriguez Olaizola 2021




 

 

MÉS IMATGES I FOTOGRAFIES DE QUARESMA I SETMANA SANTA

https://photos.app.goo.gl/pdLbjRrk6LB2s8f87