Al·leluia !!!
Christus surrexit.
Surrexit Dominus vere.
Alleluiah !!
复 活节快乐
المسيح قم حقا قا م
Cristo e'
risorto
E' veramente risorto,
Χριστο'ς Ανεστη Αληθως Ανεστι.
REALMENT CRIST
Χριστο'ς Ανεστη Αληθως Ανεστι.
REALMENT CRIST
HA RESSUSCITAT.
AL·LELUIA. BONA PASQUA
خوش ایسٹر
हैप्पी ईस्टर मसीह बढ़ी है
خوش ایسٹر
हैप्पी ईस्टर मसीह बढ़ी है
De "Homiletica 2015/02"
La injusticia y el
sufrimiento no tienen la última palabra sobre la historia.
Hay formas de vivir
que revelan que el amor es más poderoso que la muerte y que la
Palabra encarnada de Dios actúa fecundamente en la historia, de modo
que nunca retorna a Él vacía, aunque tenga que atravesar la
densidad del sufrimiento. La palabra de Dios es creadora y apuesta
siempre por la vida frente a toda forma de violencia, opresión o
muerte. Así se nos ha ido revelando a lo largo de la historia de la
salvación como los textos de la Vigilia Pascual ponen de manifiesto.
Ni siquiera el pecado puede romper esta opción amorosa de Dios por
la humanidad y la creación. Pese a nuestras dificultades,
esclavitudes e infidelidades, Dios sigue apostando por nosotros,
incluso en los momentos de absoluta oscuridad, cuando no vemos
ninguna salida, cuando nos asalta la certeza de que todo está
perdido. Dios se nos ofrece “de balde” sin imponerse, sino mas
bien exponiéndose a nuestra libertad y acogida. Como dice el papa
Francisco, su amor inquebrantable “nos permite levantar la cabeza y
volver a empezar con una ternura que nunca nos desilusiona y que
siempre puede devolvernos la alegría “(EG 3). Su gratuidad tiene
capacidad de transformar el corazón de piedra en un corazón de
carne y sellar una nueva alianza que en Jesucristo alcanza su
plenitud.
Por eso la vida
cristiana no termina en la cruz, sino que nace en la noche de Pascua.
En la tradición mística de la Iglesia existe una corriente dentro
de la espiritualidad femenina que identifica la cruz con la imagen de
un parto en el que a Dios se les rasgan las entrañas y da a luz una
nueva humanidad. La Resurrección de Jesús lo renueva todo, nos abre
a la novedad de su Espíritu vivificante y reciclador. Pero a la vez
la Resurrección se nos da en primicia (1 Cor 15,20) y, como toda
primicia, tiene algo de seminal, porque lo nuevo siempre nace
pequeño. Quizás por eso necesitamos liberar nuestra concepción de
la Resurrección de todo tipo de triunfalismo, ya que la experiencia
de la Resurrección es siempre humilde y un tanto opaca, porque la
realidad no deja de perder su densidad y dureza y sólo podemos
captar su huella con los ojos de la fe. La Resurrección nos cambia
la mirada, la libera del daltonismo espiritual que a veces nos
invade, que consiste en detectar sólo el rojo del sufrimiento que
nos rodea y a tener una especie de incapacidad para detectar el verde
esperanza que también está junto a nosotros.
También nosotros,
como las mujeres que acudieron aquella mañana de Pascua al sepulcro,
podemos estar empeñados en buscar a Cristo en un lugar equivocado.
Es en el corazón de la vida, en nuestra Galilea cotidiana donde
podemos hallarle y reconocerle en la hondura de lo ordinario,
dotándolo de sentido y fuerza regeneradora. Como el ángel a las
mujeres, son muchos los mensajeros que pone nuestro camino para
señalarnos que su lugar no es la muerte si no la vida, no es el
llanto ni el duelo, sino la alegría. El Resucitado nos “primerea”
en el amor y nos invita a involucrarnos con Él en la tarea de
acompañar a las personas y hacer de la vida una fiesta permanente y
no una pesadilla, a ser una iglesia “en salida” presente en los
periferias que necesitan la luz del Evangelio (EG24, 20).
María José Torres Pérez, acj
HOMILÍA DEL SANTO
PADRE FRANCISCO
Basílica
Vaticana
Sábado Santo 4 de abril de 2015
Sábado Santo 4 de abril de 2015
Esta noche es noche
de vigilia.
El Señor no duerme,
vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para sacarlo de la
esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y,
con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través del Mar
Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de
los infiernos.
Esta fue una noche
de vela para los discípulos y las discípulas de Jesús. Noche de
dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados en el Cenáculo.
Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente, fueron al
sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos
de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién
nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el primer
signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y
la tumba estaba abierta.
«Entraron en el
sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco»
(Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron este gran
signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el
sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien detenernos en
reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús, que
también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos
aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado
con su vigilia de amor.
No se puede vivir la
Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es
sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
«Entrar en el
misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación;
capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de
silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el
misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí
mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente
a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar en el
misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá
de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de
la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado,
una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra
fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el
misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse
del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la
humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que
realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores
necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este
abajamiento, que es impotencia, vaciándonos de las propias
idolatrías... adoración. Sin adorar no se puede entrar en el
misterio.
Todo esto nos
enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella noche,
junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no perder la fe
y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del
dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en
las manos sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y
encontraron la tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y
entraron en el misterio. Aprendamos de ellas a velar con Dios y con
María, nuestra Madre, para entrar en el misterio que nos hace pasar
de la muerte a la vida.
RAONS D'UNA FE VIVA:
Jo sé que Crist ha
ressuscitat:
-perquè converteix
el meu cor de pedra en cor de carn;
-perquè tinc
l'experiència del perdó;
-perquè ha posat en
mi una font d'alegria
que mai ningú no em
podrà prendre;
-perquè he rebut la
seva pau;
-perquè m'allibera
de les pors
i puc confiar-me a
les seves mans.
-perquè sento un
gran amor
per tots els meus
germans i germanes;
-perquè trobo
sempre fresca la flor de l'esperança;
-perquè veig en el
pobre el rostre del meu Senyor;
-perquè sé que mai
no estic sol.
Si crec en la
resurrecció,
és perquè accepto
el testimoni de les Escriptures,
dels apòstols, de
l'Església,
de la tradició,
dels germans i germanes.
Però sobretot crec
en la resurrecció
perquè experimento
que el Senyor
ressuscita en mi,
que em renova cada
dia
que són capaç
d’estimar.
Gràcies, Senyor meu
i Déu meu!
MÉS FOTOGRAFIES:
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