dilluns, 7 de desembre del 2015

2n Diumenge d'Advent

2n diumenge d'Advent


Veniu Senyor Jesús,      
misericòrdia del Pare!


CORONA DE ADVIENTO


Los profetas
mantenían encendida
la esperanza de Israel
y los pobres del mundo
anhelan la liberación.
Nosotros,
como símbolo de la nueva justicia,
encendemos estas dos velas,

ESPECIALMENTE LA MORADA,
SIGNO DE NUESTRA NECESIDAD
      DE CONVERSIÓN.

Que cada uno de nosotros, Señor,
sea tierra preparada,
como Juan Bautista,
para que sepamos abrir
en nuestra vida
y en nuestro mundo,
nuevas rutas al Señor.
Caminos de justicia y de paz.
¡Ven pronto, Señor!
¡Ven, Salvador!



 
 Refugiados iraquíes rezando el Padrenuestro en arameo.

 

Senyor, en el cor del nostre desert,
en el fons del nostre silenci,
en el més profund del nostre ésser...
...encén un llum,
aquella llum que mai no s'apaga,
aquella claror que il·lumina la nostra veritat.
Veniu, Senyor, Jesús,
i renoveu la nostra tenebra,
parleu en el nostre desert,
i poseu llum al nostre demà.
Veniu, Senyor, Jesús.





 



Lectures de la Litúrgia de la Paraula:

CATALÀ:
 CASTELLÀ:
  






  DEL PROFETA BARUC
 "Déu conduirà Israel, ple d'alegria, 
            a la llum de la seva glòria, 
    amb aquella bondat i aquell amor que li són propis." 
                                      (Ba 5, 1-9)





DE LA SEGONA CARTA ALS CRISTIANS DE FILIPS
"Estic segur d'una cosa: Déu,
 que ha començat en vosaltres un bon treball,
 acabarà de dur-lo a terme fins al dia de Jesucrist."
                                (Fl 1,4-6.8-11)



Evangeli Lc 3,1-6
DE L'EVANGELI SEGONS SANT LLUC:
L'any quinzè del regnat de l'emperador Tiberi, mentre Ponç Pilat era procurador romà de la Judea, Herodes era tetrarca de Galilea, Felip, el seu germà ho era d'Iturea i de la regió de Traconítida, i Lisànies ho era d'Abilena, durant el pontificat d'Anàs i Caifàs, Joan, fill de Zacaries, rebé la paraula de Déu al desert, i anà per tota la comarca del Jordà predicant un baptisme de conversió per obtenir el perdó dels pecats.
Complia el que hi ha escrit al llibre del profeta Isaïes: «Una veu crida en el desert: Obriu una ruta al Senyor, aplaneu-li el camí. S'alçaran les fondalades i s'abaixaran les muntanyes i els turons, la serralada es tornarà una plana, i el terreny escabrós serà una vall, i tothom veurà la salvació de Déu».
 




 PARA MEDITAR el EVANGELIO:
http://rezandovoy.org/reproductor/adulta/119

 
 
 
Tú, Padre, siempre estás enviando profetas:
Los que llaman al compromiso por la justicia:
nos ayudan a “igualar lo escabroso”
eliminando las desigualdades injustas,
buscando libertad para los oprimidos,
pan para los necesitados,
acogida y amor para todos.

Profetas que nos incitan a un mundo habitable
ahora y en el futuro.
Profetas que nos llaman a la austeridad solidaria,
nos invitan a comer y beber con mesura,
a vestir sin exceso de adornos,
a consumir teniendo presente que haya para todos.

Profetas que nos llaman al “autodominio”:
nos hacen conscientes de nuestros límites,
nos ayudan a respetarlos y acogerlos con ternura,
nos aportan serenidad, y paz de espíritu,
nos llevan hacia la verdadera libertad:
evitando el consumo compulsivo que genera injusticia.

Cristo Jesús: Ayúdanos a preparar tu venida.
Que descubramos nuestros caminos hacia Ti.
Que seamos capaces de suprimir los vacíos,
superar el desaliento,
evitar las ambiciones exageradas,
corregir humildemente lo negativo,
eliminar la desigualdad injusta.
Que tu voz resuene en el desierto de nuestro corazón.
¡Ven pronto, Señor!
 

TU TIENES PROMESAS VERDADERAS

¡Ven, Señor, y no tardes demasiado!
Estamos cansados de tantas promesas falsas
A cada momento nos asaltan dudas,
incertidumbres, fracasos, bofetadas,
traiciones, desencuentros, engaños.

¡Ven, Señor, no te demores!
Pensamos haber atinado el futuro,
y estamos inmersos en constantes fracasos.
Creemos ser portadores de humanidad,
y aniquilamos, una y otra vez,
inocentes y víctimas de nuestro vivir opulento.

¡Ven, Señor, no retrases tu llegada!
Porque, entre otras cosas, sentimos que la tiniebla
se impone con más rapidez que la misma luz,
que los engaños se disparan a más velocidad
que la verdad que pide y exige el hombre

¡Ven, Señor, y endereza nuestros caminos!
Haznos buscar un desierto en el que hablarte
Un desierto en el que encontrarte
Un desierto en el que buscarte
Un desierto en el cual poder escucharte

¡Ven, Señor, y allana nuestros senderos!
Rebaja nuestro orgullo, para conquistarte con humildad
Alisa nuestra dispersión, para quererte sólo a Ti
Pule nuestro vivir, para que tengas más cabida en él

¡Ven, Señor, y no aplaces tu vuelta!
Entre otras cosas, porque cada día que pasa,
sentimos que el mundo está más herido de muerte
si Tú le faltas por dentro
si Tú no le envías tu esperanza y tu aliento
¡Ven, Señor, y acelera tu llegada!


 
Papa Francisco, "Angelus", Ciudad del Vaticano, 06-12-15
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos pone a la escuela de Juan el Bautista, que predicaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Y nosotros quizá nos preguntemos: '¿Por qué nos tendríamos que convertir? La conversión es para el que de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo. Pero nosotros no la necesitamos. Nosotros somos ya cristianos'. Podemos preguntarnos esto. Por tanto, 'estamos bien'. Y eso no es verdad. Pensando de este modo, no nos damos cuenta de que es precisamente por esta presunción --que somos cristianos, todos buenos, que estamos en lo correcto-- precisamente por esta presunción, es por lo que nos debemos convertir: de la suposición de que, en fin de cuentas, va bien así y no necesitamos conversión alguna.
Pero preguntémonos: ¿es cierto que en las diversas situaciones y circunstancias de la vida, tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús? ¿Es verdad que sentimos como siente Jesús? Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna afrenta ¿podemos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que nos piden perdón? Que difícil es perdonar, ¿eh? ¡Que difícil! ‘Me la vas a pagar: esta palabra viene de dentro, ¿eh? Cuando estamos llamados a compartir alegrías y tristezas, ¿sabemos llorar sinceramente con el que llora y alegrarnos con el que se alegra? Cuando debemos expresar nuestra fe, ¿sabemos hacerlo con valentía y sencillez, sin avergonzarnos del Evangelio? Y así podemos plantearnos tantas preguntas. No estamos bien. Siempre debemos convertirnos, tener los sentimientos que tenía Jesús.
La voz del Bautista grita aún en los desiertos de hoy de la humanidad, que son --¿cuáles son los desiertos de hoy?-- son las mentes cerradas y los corazones duros, y nos provoca para que nos preguntemos si efectivamente estamos recorriendo el camino correcto, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, él nos amonesta con las palabras del profeta Isaías: “¡Preparad el camino del Señor!”. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y recibir la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con testarudez, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta dilata esa voz, preanunciando que “todos los hombres verán la Salvación de Dios”. Y la salvación es ofrecida a todo hombre, y a todo pueblo, sin excluir a nadie, a cada uno de nosotros: ninguno de nosotros puede decir: ‘Yo soy santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado’. No. Siempre debemos aceptar este ofrecimiento de la salvación, y por eso el Año de la Misericordia: para avanzar más en ese camino de la salvación, ese camino que nos ha enseñado Jesús. Dios quiere que todos los hombres sean salvados por medio de Jesucristo, el único mediador.
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a hacer conocer a Jesús a cuantos no lo conocen aún: pero eso no es hacer proselitismo. No. Es abrir una puerta. “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”, declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de hacerlo conocer a cuantos encontramos en el trabajo, en la escuela, en la comunidad, en el hospital, en los lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, encontramos a personas que estarían dispuestas a comenzar o a volver a comenzar un camino de fe, si encontraran a cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo la pregunta: ¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación? Y, si estoy enamorado, ¡tengo que hacerlo conocer! Pero debemos ser valientes: allanar las montañas del orgullo y de la rivalidad, rellenar los abismos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los senderos de nuestras perezas y de nuestros acomodamientos.
Que nos ayude la Virgen María --que es Madre y sabe cómo hacerlo-- a derribar las barreras y los obstáculos que impiden nuestra conversión, es decir, nuestro camino hacia el encuentro con el Señor. ¡Él solo! ¡Solo Jesús puede dar cumplimiento a todas las esperanzas del hombre!

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