dimecres, 10 de febrer del 2016

Dimecres de Cendra '2016

  QUARESMA'2016

 



"Practica la justícia,     
estima la misericòrdia, 
i camina humilment    
amb el teu Déu.» (Mi 6,8) 
  




DIMECRES de CENDRA 


Una vez más, una nueva cuaresma.
De nuevo, Señor, sales a mi encuentro y me recuerdas lo de siempre que es nuevo cada día: que me has creado para la felicidad y que necesito enderezar más el camino.

Me abres una nueva oportunidad y me recuerdas tres palabras,palabras de hoy y de siempre, que me aportan sendas de salud.

Una es la limosna: vivir compartiendo. Compartir lo que tengo y lo que soy. Vivir atento al hermano, descentrarme de mi yo y caminar por las periferias de la sociedad, codo con codo con quienes más sufren. Salir de las indiferencias ante el dolor ajeno abriéndome al compromiso liberador. 

Me hablas de ayunar. Liberarme de los caprichos. de las ataduras esclavizantes del consumismo. Renunciar a venganzas, murmuraciones... a algunos ocios que me empobrecen como persona, a algunas perezas que mantengo dentro de mí, a algunas manías que me dificultan las relaciones y la tolerancia, a palabras huecas, a temas sin sentido,a conversaciones poco constructivas, a los orgullos, y a las prepotencias; para ser más libre, para amar, para dejar más espacio en mí, para Tí y para los hermanos.

Y sumergirme en los mares de la oración, en ese tesoro de tu amistad, en el misterio de tu amor misericordioso que transforma, libera, sana.

Gracias Señor por esta nueva Cuaresma. Gracias por cada nueva oportunidad.


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2016

“Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13).
Las obras de misericordia en el camino jubilar

1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempeña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).

Francisco


 

Hoy me esforzaré en orar al Padre,
                 como Jesús.
Hoy intentaré ser humilde, como Jesús.
Hoy quiero ser más pobre, como Jesús.
Hoy trataré al hermano como lo haría Jesús.
Hoy voy a mirar al otro con los ojos de Jesús.
Hoy acogeré al débil como si fuera Jesús.
Hoy perdonaré sinceramente,
                  como lo hizo Jesús.
Hoy visitaré al enfermo, viendo en él a Jesús.
Hoy afrontaré los contratiempos,
                  con la paciencia de Jesús.
Hoy no me enfadaré con el hermano,
                  con el amor de Jesús.
Hoy comulgaré con más fe, a Jesús.
Hoy estaré siempre abierto
                   a la presencia de Jesús.



MISERICORDIA, SEÑOR
Ante las heridas que se abren en el cuerpo de la humanidad
seamos bálsamo que se haga presente
donde las carnes sangran y los corazones odian y ya no aman
¡MISERICORDIA, SEÑOR!
Frente a las mentes frías y calculadoras que todo lo pervierten
que denunciemos, por activa y por pasiva,
que sólo el amor transforma y ofrece bienestar al que lo busca
¡MISERICORDIA, SEÑOR!
Que, ante los afanes que nos interpelan e interrogan,
seamos capaces de no perdernos en el ruido
y caminar hacia la fuente de la misericordia infinita que eres Tú
¡MISERICORDIA, SEÑOR!
Para rompernos y repartirnos y regalar lo que otros no tienen:
alegría ante el lodo de la tristeza
fuerza ante la fiebre de la debilidad
ilusión ante el desencanto de una vida fácil
perseverancia ante una fe inconstante, raquítica y perezosa
¡MISERICORDIA, SEÑOR!
Que el enfermo vea en nosotros medicina
y el hambriento un trozo de pan en nuestras manos
Que para el sediento seamos agua fresca
y el que busque cobijo encuentre en nuestra casa, su casa
Que el desnudo se revista de nuestro vestido
y el encarcelado en mil cárceles del mundo
encuentre en nosotros la llave de su libertad
y el paraíso definitivo, por nuestra oración, el que ya murió.
¡MISERICORDIA, SEÑOR!
En la ignorancia, seamos palabra oportuna
En la indefinición, consejo que ilumine
En la equivocación, corrección cierta y clara
En la ofensa, perdón aunque cueste y hiera
En la tristeza, una sonrisa del que irradia felicidad
En los defectos del prójimo paciencia que todo lo alcanza
y con los que viven o han muerto, la oración que todo lo puede
Como Tú, Señor, siempre misericordia
                                 (Por Javier Leoz)






 CRISTIANOS CON LOS BRAZOS LEVANTADOS HACIA DIOS.
 79. El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don. Por ello, también en los momentos más difíciles y complejos, además de actuar con sensatez, hemos de volvernos ante todo a su amor. El desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida del prójimo, de justicia y de paz. Todo esto es indispensable para transformar los «corazones de piedra» en «corazones de carne» (Ez 36,26), y hacer así la vida terrena más «divina» y por tanto más digna del hombre.   (Carta Encíclica CARITAS IN VERITATE, nº 79)



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