dijous, 16 d’abril del 2020

TRIDUUM PASQUAL 2020



Realment 
Crist ha ressuscitat!  
Al·leluia! 
Bon Pasqua!!!
 Christus surrexit. 
Surrexit Dominus vere. 
Alleluiah !!
复 活节快乐
المسيح قم حقا قا م

Cristo e' risorto

E' veramente risorto,
Χριστο'ς Ανεστη

Αληθως Ανεστι.
Happy Easter!!
¡Feliz Pascua 

de Resurrección!


 DIJOUS SANT



LAVAR LOS PIES ES...

 
● Lavar los pies 

es respetar a los demás
No hacer o decir nada que les moleste.
● Lavar los pies es acompañar.
Siempre hay personas que sufren soledad.
Hombres y mujeres que nos piden la mano.
Pobres que claman solidaridad y justicia.
● Lavar los pies es perdonar. 
 Dos no riñen si uno no quiere.
Perdonar y reconciliarse.
Ofrecer siempre una nueva oportunidad.
Estar dispuesto a volver a empezar.
● Lavar los pies es tener pequeños detalles
con todos, aunque no los tengan conmigo.
Dar amabilidad y ternura gratuitamente.
● Lavar los pies es servir.
La vocación del cristiano es servir.
Como Jesucristo que vino a servir
y no a ser servido.
Darse uno mismo.
● Lavar los pies 
es aceptar las personas tal y como son.
No esperar a que sean lo que a mi me gustaría,
sino como son de hecho.
Descubrir que cada hombre y cada mujer
son un proyecto de Dios.
● Lavar los pies 
es no hablar mal de los demás
Fuera las ironías y los chismes
que tanto destrozan la fraternidad.
● Lavar los pies 
es exigir y luchar
por los derechos y la dignidad
de toda persona.
Obrar con sentido de justicia.
Descubrir como la solidaridad
es la ternura de los pueblos
y el rostro de Dios.
● Lavar los pies 
es atender especialmente
a quienes son abandonados o marginados,
excluidos o arrinconados.
● Lavar los pies 
es olvidarse de uno mismo
para servir al prójimo,
para estar siempre disponible, por amor.

















DIVENDRES SANT




QUI HO HA DIT QUE NO HI HA SETMANA SANTA? 


Que no heu vist la immensa processó de gent,
sense vestes ni manaies, que dóna positiu del coronavirus?
Que no veieu el Via Crucis del personal sanitari
pujant el Calvari de la pandèmia, desbordats de forces
i amb l’angoixa de no donar l’abast?
Qui digui que el Natzarè no sortirà aquesta Setmana Santa
 és que encara no l’ha reconegut en els sanitaris
de bata blanca  i de cor fi
que es carreguen la creu del dolor dels afectats.
Que no veieu tants científics i metges que suen sang i aigua,
com a Getsemaní, per trobar un tractament en forma de vacuna?
Que no diguin que Jesús no passa aquest any pels carrers
quan hi ha tanta gent que ha de treballar
per fer arribar els aliments i els fàrmacs a tothom.
Que no heu vist la corrua de Cirineus
que s’ofereixen per ajudar d’alguna manera
a portar les creus pesades?
No veieu quantes Veròniques que s’exposen
a infectar-se per eixugar el rostre dels afectats?
Qui diu que Jesús no cau a terra cada vegada
que sentim les xifres fredes de noves víctimes?
No estan vivint la Passió tantes residències geriàtriques,
plenes de gent gran i cuidadors amb factors de màxim risc?
Que no és com una corona d’espines pels nens i nenes
que han de viure aquesta crisi tancats, sense entendre-hi gran cosa
i sense poder córrer pels parcs i carrers?
No se senten injustament condemnades les escoles i universitats
 i botigues que han hagut de tancar?
Que no són assotats tots els països del món pel flagell d’aquest virus?
No fan com Ponç Pilat, que se’n renta les mans,
els dirigents que només busquen treure algun rèdit polític de la situació?
No pateixen, impotents com els deixebles sense el Mestre,
 tantes famílies confinades a casa, moltes amb problemes,
 sense saber com i quan s’acabarà tot?
No és el rostre de Maria Dolorosa
el que es reflecteix en tantes mares i familiars que sofreixen
la mort d’éssers estimats i encara a distància?
No és com arrencar les vestidures l’angoixa de tantes famílies
 i petites empreses que veuran despullada la seva economia?
No s’assembla a l’agonia de Jesús
la manca de respiradors que hi ha a les UCI del país?
Que no diguin que no hi haurà Setmana Santa, que no ho diguin,
 perquè segurament mai el drama de la Passió
no havia estat tan real i autèntic.





PASQUA de RESURRECCIÓN




HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana - Sábado Santo, 11 de abril de 2020

«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.
Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado, rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración.
Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.

En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.

El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.


Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.


Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede, nos precede siempre. Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita, allí, en mi Galilea. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba. Con la memoria de mi Galilea.
 Pero hay más. Galilea era la región más alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.

Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.


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