BON NADAL!!!
"El poble que avançava a les fosques
ha vist una gran llum", Is
9,1-6
"Ens ha nascut un noi, ens ha estat donat un fill
que porta a l'espatlla la insígnia de príncep.
Déu li ha posat aquest nom: Conseller-prodigiós,
Déu-heroi, Pare-per-sempre, Príncep-de-pau.
Serà immens el principat, la pau no tindrà fi
en el tron de David i en el seu regne,
fonamentat i sostingut, des d'ara i per sempre,
sobre el dret i la justícia" Is 9,1-6
"Quin goig de sentir a les muntanyes
els passos del missatger
que anuncia la pau i porta la bona nova,
que anuncia la salvació
i diu a la ciutat de Sió: «El teu Déu és rei»."
Isaïes Is 52,7-10
"Ha vingut a casa seva, i els seus no l'han acollit.
Però a tots els qui l'han rebut, als qui creuen en el seu nom,
els concedeix poder ser fills de Déu.
El qui és la Paraula es va fer home
i plantà entre nosaltres el seu tabernacle,
i hem contemplat la seva glòria,
que li pertoca com a Fill únic del Pare,
ple de gràcia i de veritat." Jo 1,1-18
"En diverses ocasions i de moltes maneres
Déu antigament havia parlat als pares per boca dels profetes;
però ara, en aquests dies que són els darrers,
ens ha parlat a nosaltres en la persona del Fill."
He 1,1-6
"S'ha revelat l'amor de Déu, que vol salvar tots els homes,
i ens ensenya que abandonem la impietat i els desigs mundans,
per viure en aquest món una vida de sobrietat, de justícia i de pietat,
mentre esperem que es compleixi feliçment la nostra esperança,
que es manifesti la glòria de Jesucrist, Déu gran i salvador nostre."
Tt 2,11-14
"Les seves senyes són aquestes: trobareu un nen en bolquers,
posat
en una menjadora»." Lc 2,1-14
SANTA MISA de NOCHEBUENA - NATIVIDAD
del SEÑOR
HOMILÍA del SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana - Sábado 24 de
diciembre de 2016
«Ha aparecido la gracia de Dios, que
trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11). Las palabras
del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha
aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se
nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros.
Es una noche de gloria, esa gloria
proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros en todo
el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre
Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos,
no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística;
es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra
humanidad, que ha hecho suya. Es una noche de luz: esa luz que, según
la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en
tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de
Belén (cf. Lc 2,9).
Los pastores descubren sencillamente
que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta
gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único
punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Este
es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces,
sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad,
contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién
nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que
lo cubren. Allí está Dios.
Y con este signo, el Evangelio nos
revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los
grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no
aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un
establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de
la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para
encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario
reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos
interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo
esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a
abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante
cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas
cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz,
la alegría, el sentido luminoso de la vida.
Dejémonos interpelar por el Niño en
el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que,
hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de
una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres
donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para
escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el
fondo de una barcaza repleta de emigrantes. Dejémonos interpelar por
los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque
nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos
juguetes, sino armas.
El misterio de la Navidad, que es luz
y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio
de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza,
porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así
sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y
pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos]
sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en
la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma
indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas
somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio
arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los
regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado. ¡Esta
mundanidad nos ha secuestrado la Navidad, es necesario liberarla!
Pero la Navidad tiene sobre todo un
sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de
Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de
nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio
de nosotros, como uno más. Nace en Belén, que significa «casa del
pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros;
viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para
traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y
servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la
cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor
que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros
corazones.
Lo entendieron, en esa noche, los
pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno
está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los
invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo,
autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en
cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16). También nosotros
dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a
él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados,
desde nuestros límites, desde nuestros pecados. Dejémonos tocar por
la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano,
detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús:
la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo. Entremos en la
verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos,
nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros
pecados. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de
Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José
quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi
vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle
sencillamente gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí.
Navidad, a pesar de todo
22 diciembre 2016 · por Victor Codina.
Hace tiempo que en el seno del pueblo cristiano surgen voces muy críticas en torno a Navidad: orgía del consumo, compra frenética de regalos, comidas y bebidas, el gordinflón Papá Noel parece marginar al Niño Jesús, los villancicos se utilizan como propaganda comercial, el árbol suplanta al pesebre, las iluminaciones de las ciudades se convierten en marketing y atractivo turístico, hay un protagonismo de personas e instituciones en las obras benéficas de los días de Navidad… Navidad se ha transformado en la fiesta del solsticio…
Y todo ello como dentro una burbuja de bienestar, al margen de un mundo de violencia y pobreza, de refugiados y guerras, con el corazón anestesiado ante el sufrimiento ajeno.
La verdadera Navidad es diferente. Ha sucedido como lo que se cuenta de las hormigas, que para poder almacenar el trigo, le cortan su punto germinal. Occidente ha domesticado y pervertido la Navidad, le ha arrancado su nervio evangélico. Todo esto es cierto y hay que denunciarlo proféticamente. Este estilo burgués de Navidad es lo más opuesto a la primera Navidad. Hoy Jesús nace de nuevo en Alepo y Haití, en los campos de emigrantes y refugiados de Lesbos y Lampedusa, en las víctimas del atentado de Berlín, en los nuevos mártires cristianos de Egipto y Oriente medio.
Pero ¿y si a pesar de todo, la fiesta de Navidad mantuviera encendida la misteriosa luz de Belén, porque las tinieblas nunca pueden llegar a vencer la luz? Que las familias se reúnan y muchas veces se reconcilien en Navidad, los regalos a los pequeños, especialmente a los niños pobres, las visitas a cárceles, hospitales y hogares de ancianos, los pesebres en los templos y las familias, la tregua, a veces, en las guerras… ¿no son una señal de que, a pesar de todo, la luz y el calor de la Navidad perduran todavía en medio del rescoldo de tantas cenizas? ¿De dónde brota esta súbita bondad que nos inunda estos días el corazón y a veces los ojos? Sin duda esta bondad nace del pesebre de Belén, del Niño, de los pastores y los ángeles que cantan paz. Y recordamos también las viejas profecías bíblicas que anuncian un mundo nuevo, donde el lobo y el cordero pacerán juntos y un niño jugará con la serpiente. El espíritu de la Navidad nunca se extingue totalmente.
Porque Navidad no es solo un recuerdo del pasado sino el proyecto de Dios Padre sobre la humanidad, un sueño de filiación y de fraternidad, de concordia y de paz, de amor sobre todo a los últimos y marginados. De todos y de cada uno de nosotros depende que hagamos que cada día del año sea Navidad, que el grano de trigo evangélico no pierda su poder germinal y produzca fruto verdadero. Por esto, a pesar de todo y en medio de estas ambigüedades, ¡feliz Navidad, la de verdad!
IMATGES: https://goo.gl/photos/Bc3mVCkS22NwYeBq8