dilluns, 12 de desembre del 2016

Advent 2016 - 3a setmana

VENIU SENYOR JESÚS!!!



● En la foscor s'ha encés una llum,
en el desert s'ha sentit el crit d'una veu.

Arriba la gran notícia:
El Senyor és a punt d'arribar!
Prepareu els seus camins, perquè ja s'acosta.
● Adorneu la vostra ànima
com una núvia engalanada el dia del casament.
Ja és aquí el missatger.
Joan Baptista no és la llum,
sinó el qui ens anuncia la llum.
● Senyor, quan encenem aquestes tres espelmes
cada u de nosaltres vol ser
torxa vostra perquè brilleu,
flama vostra perquè escalfeu.
● Veniu, Senyor, a salvar-nos,
ompliu-nos amb la vostra llum,
escalfeu-nos amb el vostre amor!

 


"Enrobustiu les mans que es deixen caure, 
afermeu els genolls que no s'aguanten. 
Digueu als cors alarmats: Sigueu valents, no tingueu por! 
Aquí teniu el vostre Déu que ve per fer justícia;
 la paga de Déu és aquí, és ell mateix qui us ve a salvar."
                                     Is 35,1-6a.10


 
"Mireu com el pagès espera els fruits preciosos de la terra, 
prenent paciència fins que les pluges primerenques i tardanes 
l'hauran assaonada. Igualment vosaltres tingueu paciència, 
refermeu els vostres cors, que la vinguda del Senyor és a prop."
                                    Jm 5, 7-10


 


«Aneu a anunciar a Joan el que veieu i el que heu sentit dir: 
els cecs hi veuen, els invàlids caminen, els leprosos queden purs,
 els sords hi senten, els morts ressusciten, 
els desvalguts senten l'anunci de la bona nova, 
i feliç aquell que no quedarà decebut de mi».   
                                    Mt 11, 2-11




El PAPA FRANCISCO, como cada domingo, ha rezado el ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, acompañado por los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, en este TERCER DOMINGO de ADVIENTO

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el tercer domingo de adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol. Y tampoco esa mundana o esa alegría del consumismo, no no es esa. Se trata de una alegría más auténtica, de la que estamos llamados a redescubrir el sabor, el sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca la intimidad de nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa (cfr 35,1); el profeta tiene delante de sí manos débiles, rodillas vacilante, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cfr vv. 3-6). Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios.
Pero finalmente la salvación es anunciada: “Sed fuertes, no temáis –dice el prófeta–.  Mirad a vuestro Dios, […] os salvará” (cfr Is 35,4). Y enseguida todo se transforma: el desierto florece, la consolación y la alegría impregnan  los corazones (cfr vv. 5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirman respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a estos mensajeros? “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan” (Mt 11,5). No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación traída por Jesús, aferra a todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberar de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, sanar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios.
Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, este júbilo, esta alegría. Pero un cristisno que no está alegre, algo le falta a este cristiano, o no es cristiano. La alegría del corazón, la alegría dentro que nos lleva adelante y da el valor. El Señor viene, viene a nuestra vida como liberador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y exteriores. Es Él quien nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su llegada, nuestra alegría será plena.
La Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre y al lado el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta; llama a nuestro corazón para acercarse. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados.
Hoy somos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los otros, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para alcanzar preparados el encuentro con la Navidad, preparando nuestro corazón a acoger a Jesús."


"Si alguien nos cuestionase, como hoy hacen los dos discípulos enviados por Juan, al preguntar a Jesús: ¿Sois vosotros los seguidores de Jesús, o tenemos que esperar a otros y buscarlos en otra parte? Algunos puede que se sintieran ofendidos, pero, podríamos responder con el texto de Isaías, (primera lectura), como hizo Jesús y decir: Sí, somos nosotros; anunciar lo que estáis viendo y oyendo: los hombres son liberados y a los pobres se les anuncia la buena noticia del Reino. ¡Felices vosotros si no os sentís defraudados por nuestro testimonio!
Toda noticia y el Evangelio es “buena noticia”, se basa en hechos concretos, sin hechos no hay noticia, más aún, una noticia no basada en hechos, es una mentira. Por eso, las palabras que pronunciemos, aunque sean muy elevadas o de acuerdo a la doctrina, sino van avaladas por los hechos, están huecas. Dejémonos de discusiones, sobre la salvación espiritual o temporal, la liberación del cuerpo y del alma,… La muestra de su Mesianismo está clara: lo más importante es la persona, el hombre y primero el que no tiene, después el que tiene, primero el enfermo, después el sano. Primero el Reino y su justicia, el resto vendrá por añadidura, por eso rezamos: “Que venga tu reino” y empujamos la historia con acciones concretas.
Hoy la pregunta no es: ¿Cómo es Dios?, tenemos demasiada doctrina; sino ¿Dónde está Dios? Y el cristiano que quiere tener experiencia de Dios, es decir ser místico, debe ir a buscarlo donde está, desde donde se nos acerca y se nos revela. El texto nos dice; que es en los débiles, los que no cuentan, como diría Eduardo Galiano, “los nadies”, donde nos habla e interpela. Pero éste, no es sólo un problema ético o de derechos humanos, sino la clave desde la que tenemos que interpretar la realidad, la fe, la espiritualidad, la vida en sí. Recordando a todos los crucificados, que Jesús es el Viviente (esto es la Buena Noticia) y reviviendo nosotros, para responder a la pregunta inicial de esta homilía, que queremos desvivirnos por los que Él ama.
Continúa el relato diciendo: “Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan”. Resalta su fortaleza; no es una caña sacudida por el viento. Su austeridad; no viste con lujo, esos habitan en los palacios. Es más que un profeta, es el precursor, el que prepara el camino; el más grande nacido de mujer. Pero atención: “El más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”. Empieza Jesús a jugar con las paradojas, que no le abandonarán en todo el Evangelio: los últimos, los pequeños, los servidores, los niños… son los más grandes. Lo dejará claro, lavando los pies en la Última Cena.
Por eso los cristianos, la Iglesia, si quiere ser grande, debe de hacerse pequeña, humilde, pobre, como dice el Papa Francisco: “quiero una Iglesia pobre, para los pobres”. Si lo que se dice de María, puede decirse de alguna manera de la Iglesia, ella fue la más grande, porque se hizo esclava, se humilló. Dios mismo al que consideramos lo más grande, se hizo pequeño, niño, en el establo de Belén. Es necesaria, una revisión a fondo de la tarea pastoral de la Iglesia, de tantos prejuicios que tienen algunos, sobre los pequeños, los que no cuentan en la historia; y sobre todo, una revisión del lenguaje para hacerlo comprensible, no tan misterioso y que éste basado, en la cercanía a los más necesitados.
Avanza el Adviento pero no sólo en las semanas, sino en profundidad. Cada domingo, descubrimos la importancia de lo que vamos a celebrar en la Navidad. La encarnación de nuestro Dios y la implantación del Reino, es algo central para nuestra fe. Es cuestión de mirar, mirar a la cara de aquellos que están marginados o excluidos y ver si van recuperando la dignidad. No es tiempo de especular, en qué consiste la liberación. Ésta, se manifiesta como en la Bienaventuranzas, en signos que no parecen religiosos o cultuales, pero que proclaman que esta Eucaristía, nuestro Bautismo, es la reunión y el encuentro de aquellos que se han sentido liberados. Alcemos la cabeza, se acerca nuestra liberación."                                                         (Julio César Rioja, cmf -  www.ciudadredonda.org)









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