DE TOT COR, BON NADAL!!!
" avui, a la ciutat de David,
us ha nascut un salvador, que és el Messies, el Senyor.
Això us servirà de senyal: trobareu un infant
faixat amb bolquers i posat en una menjadora. " (Lc 2, 11-12)
"Hoy os ha nacido en el pueblo de David
un salvador, que es el Mesías, el Señor.
Como señal, encontraréis al niño envuelto
en pañales y acostado en un pesebre.”
انه ولد لكم اليوم في مدينة داود مخلّص هو المسيح الرب."
" وهذه لكم العلامة تجدون طفلا مقمطا مضجعا في مذود.
"C`est qu`aujourd`hui, dans la ville de David,
il vous est né un Sauveur, qui est le Christ, le Seigneur.
Et voici à quel signe vous le reconnaîtrez:
vous trouverez un enfant emmailloté et couché dans une crèche."
"This very day in King David's hometown
a Savior was born for you. He is Christ the Lord.
You will know who he is, because you will find him
dressed in baby clothes and lying on a bed of hay.”
Això us servirà de senyal: trobareu un infant
faixat amb bolquers i posat en una menjadora. " (Lc 2, 11-12)
"Hoy os ha nacido en el pueblo de David
un salvador, que es el Mesías, el Señor.
Como señal, encontraréis al niño envuelto
en pañales y acostado en un pesebre.”
انه ولد لكم اليوم في مدينة داود مخلّص هو المسيح الرب."
" وهذه لكم العلامة تجدون طفلا مقمطا مضجعا في مذود.
"C`est qu`aujourd`hui, dans la ville de David,
il vous est né un Sauveur, qui est le Christ, le Seigneur.
Et voici à quel signe vous le reconnaîtrez:
vous trouverez un enfant emmailloté et couché dans une crèche."
"This very day in King David's hometown
a Savior was born for you. He is Christ the Lord.
You will know who he is, because you will find him
dressed in baby clothes and lying on a bed of hay.”
- 今 天在達味城中,為你們誕生了一位救世者,他是主默西亞。
- 這 是給你們的記號:你們將要看見一個嬰兒,裹著襁褓,躺在馬槽裏。
"Mentre eren allà
es van complir els dies
i va néixer el seu fill,
el primogènit.
Ella l'embolcallà
i el posà en una menjadora,
perquè no havien trobat lloc a l'hostal."
(Lc 2, 6-7)
¡HA
ABIERTO SUS PUERTAS!
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, a través de ellas,
ha descendido lo que en Dios habita: EL AMOR
¡Si! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, cruzándolas con amor sin igual,
el amor se ha hecho carne y se ha convertido en luz
Luz que se ha encarnado
Luz que se ha abajado
Luz que se ha transformado en Niño
Luz que, en la oscuridad, es resplandor de Dios
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Dios, no ha querido quedarse encerrado en el cielo
ha querido hacerse Niño para estar entre nosotros
para llorar, cuando lloremos
o sonreír, cuando estemos alegres
para animarnos, cuando estemos por los suelos
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, al abrirlas Dios de esta manera,
nos enseña que, para entrar por ellas,
hay que aprender, hacerse y ser niño
Y, al abrirlas Dios tan sorprendentemente
nos enseña un sendero de paz y de amor
los caminos de la humildad y la sencillez.
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Pero ¿Habrá abierto sus ventanas el ser humano?
¿Tendrá sus ventanas abiertas el mundo?
Si el cielo ha abierto sus puertas,
es porque Dios, tiene algo que dar y algo que recibir:
Nos da a Jesús, que es lo más grande que posee
y, como respuesta, nuestra fe es lo único que espera.
¡Sí! ¡Porque el cielo ha abierto sus puertas es Navidad!
Los pobres, ya no lo son tanto
La paz, es posible alcanzarla mirando hacia el cielo
Las tinieblas, tienen sus días contados
El ser humano, tiene su futuro asegurado: ¡Dios!
¿Por qué abre el cielo sus puertas siendo Dios tan poderoso?
Porque Dios, ante todo, es amor
Porque Dios, sobre todo, es servicio y entrega
Porque Dios, ante la injusticia, es justo y misericordioso
Porque Dios, ante la mentira, es inocencia y verdad
Si el cielo, ha abierto sus puertas…
¡Abramos nosotros las nuestras! ¡Dios quiere entrar por ellas!
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de la primera lectura se realizó en el Evangelio. De hecho, mientras los pastores velaban de noche en sus campos, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). En la noche de la tierra apareció una luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol Pablo, que nos dijo: «Se ha manifestado la gracia de Dios». La gracia de Dios, «que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), ha envuelto al mundo esta noche.
Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino, el amor que transforma la vida, renueva la historia, libera del mal, infunde paz y alegría. En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros: es Jesús. En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se hizo Niño, para dejarse abrazar por nosotros. Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por qué san Pablo llama “gracia” a la venida de Dios al mundo? Para decirnos que es completamente gratuita. Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo.
Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta noche nos damos cuenta de que, aunque no estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez para nosotros; mientras andábamos ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre nosotros. La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”. Dios no te ama porque piensas correctamente y te comportas bien; Él te ama y basta. Su amor es incondicional, no depende de ti. Puede que tengas ideas equivocadas, que hayas hecho de las tuyas; sin embargo, el Señor no deja de amarte. ¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así. Aun en nuestros pecados continúa amándonos. Su amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel, es paciente. Este es el regalo que encontramos en Navidad: descubrimos con asombro que el Señor es toda la gratuidad posible, toda la ternura posible. Su gloria no nos deslumbra, su presencia no nos asusta. Nació pobre de todo, para conquistarnos con la riqueza de su amor.
Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia es sinónimo de belleza. En esta noche, redescubrimos en la belleza del amor de Dios, también nuestra belleza, porque somos los amados de Dios. En el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad, felices o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no por lo que hacemos sino por lo que somos. Hay en nosotros una belleza indeleble, intangible; una belleza irreprimible que es el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo recuerda hoy, tomando con amor nuestra humanidad y haciéndola suya, “desposándose con ella” para siempre.
De hecho, la «gran alegría» anunciada a los pastores esta noche es «para todo el pueblo». En aquellos pastores, que ciertamente no eran santos, también estamos nosotros, con nuestras flaquezas y debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios también nos llama a nosotros, porque nos ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros como a ellos nos dice: «No temáis» (Lc 2,10). ¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no hay que perder la esperanza, no hay que pensar que amar es tiempo perdido! En esta noche, el amor venció al miedo, apareció una nueva esperanza, la luz amable de Dios venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre por ti, ya no estás sola!
Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el don. Antes de ir en busca de Dios, dejémonos buscar por Él. No partamos de nuestras capacidades, sino de su gracia, porque Él es Jesús, el Salvador. Pongamos nuestra mirada en el Niño y dejémonos envolver por su ternura. Ya no tendremos más excusas para no dejarnos amar por Él: Lo que sale mal en la vida, lo que no funciona en la Iglesia, lo que no va bien en el mundo ya no será una justificación. Pasará a un segundo plano, porque frente al amor excesivo de Jesús, que es todo mansedumbre y cercanía, no hay excusas. La pregunta que surge en Navidad es: “¿Me dejo amar por Dios? ¿Me abandono a su amor que viene a salvarme?”.
Un regalo así, tan grande, merece mucha gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Pero nuestras vidas a menudo transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el día adecuado para acercarse al sagrario, al belén, al pesebre, para agradecer. Acojamos el don que es Jesús, para luego transformarnos en don como Jesús. Convertirse en don es dar sentido a la vida y es la mejor manera de cambiar el mundo: cambiamos nosotros, cambia la Iglesia, cambia la historia cuando comenzamos a no querer cambiar a los otros, sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don.
Jesús nos lo manifiesta esta noche. No cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Tampoco nosotros podemos esperar que el prójimo cambie para hacerle el bien, que la Iglesia sea perfecta para amarla, que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros. Así es como se acoge el don de la gracia. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad.
Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.
Querido hermano, querida hermana: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad.
¿POR QUÉ, SEÑOR
Aprovechas la orfandad de la noche
sin más cortejo, que el amor de una Virgen
al amparo del cayado de un anciano,
para nacer pobre siendo inmensamente rico?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Pudiendo ser agasajado por cortejos reales
prefieres la bondad y las sencillez de unos pastores
y el calor de una mula y un buey?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Comunicándote como siempre lo has hecho
a través de profetas y reyes
signos, milagros y portentos
te sirves tan sólo de unos ángeles
que van pregonando tu gloria y tu nacimiento
de valle en valle?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Siendo Dios, como Tú lo eres,
te humillas tanto a favor de aquellos
que, siendo hombres, a veces nos sentimos “dioses”
Dinos, Señor; ¿Por qué te haces tan pequeño?
¿Por qué quieres llorar y sufrir como el hombre?
¿Acaso no sabes que, por ser hombre,
te espera una cruz, levantada por hombres,
allá en un sangriento horizonte?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Rompes las fronteras del cielo
y te adentras, sin ruido ni aspavientos,
en la débil humanidad que espera tu salvación?
¿POR QUÉ, SEÑOR?
Sólo hay una respuesta,
tan grande como Tú mismo
y tan corta la palabra que te define:
¡TODO POR AMOR!
Por amor naces y por amor bajas
Por amor lloras y por amor redimes
Por amor te dejas adorar
y por amor, un día también,
en otro trono, de madera también,
demostrarás lo mucho que nos amas.
¡POR AMOR, SEÑOR, VIENES AL MUNDO!
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, a través de ellas,
ha descendido lo que en Dios habita: EL AMOR
¡Si! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, cruzándolas con amor sin igual,
el amor se ha hecho carne y se ha convertido en luz
Luz que se ha encarnado
Luz que se ha abajado
Luz que se ha transformado en Niño
Luz que, en la oscuridad, es resplandor de Dios
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Dios, no ha querido quedarse encerrado en el cielo
ha querido hacerse Niño para estar entre nosotros
para llorar, cuando lloremos
o sonreír, cuando estemos alegres
para animarnos, cuando estemos por los suelos
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Y, al abrirlas Dios de esta manera,
nos enseña que, para entrar por ellas,
hay que aprender, hacerse y ser niño
Y, al abrirlas Dios tan sorprendentemente
nos enseña un sendero de paz y de amor
los caminos de la humildad y la sencillez.
¡Sí! ¡El cielo ha abierto sus puertas!
Pero ¿Habrá abierto sus ventanas el ser humano?
¿Tendrá sus ventanas abiertas el mundo?
Si el cielo ha abierto sus puertas,
es porque Dios, tiene algo que dar y algo que recibir:
Nos da a Jesús, que es lo más grande que posee
y, como respuesta, nuestra fe es lo único que espera.
¡Sí! ¡Porque el cielo ha abierto sus puertas es Navidad!
Los pobres, ya no lo son tanto
La paz, es posible alcanzarla mirando hacia el cielo
Las tinieblas, tienen sus días contados
El ser humano, tiene su futuro asegurado: ¡Dios!
¿Por qué abre el cielo sus puertas siendo Dios tan poderoso?
Porque Dios, ante todo, es amor
Porque Dios, sobre todo, es servicio y entrega
Porque Dios, ante la injusticia, es justo y misericordioso
Porque Dios, ante la mentira, es inocencia y verdad
Si el cielo, ha abierto sus puertas…
¡Abramos nosotros las nuestras! ¡Dios quiere entrar por ellas!
NATIVIDAD del SEÑOR - Misa de Nochebuena.
HOMILÍA del SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana - Martes, 24 de diciembre de 2019
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de la primera lectura se realizó en el Evangelio. De hecho, mientras los pastores velaban de noche en sus campos, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). En la noche de la tierra apareció una luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol Pablo, que nos dijo: «Se ha manifestado la gracia de Dios». La gracia de Dios, «que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), ha envuelto al mundo esta noche.
Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino, el amor que transforma la vida, renueva la historia, libera del mal, infunde paz y alegría. En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros: es Jesús. En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se hizo Niño, para dejarse abrazar por nosotros. Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por qué san Pablo llama “gracia” a la venida de Dios al mundo? Para decirnos que es completamente gratuita. Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo.
Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta noche nos damos cuenta de que, aunque no estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez para nosotros; mientras andábamos ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre nosotros. La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”. Dios no te ama porque piensas correctamente y te comportas bien; Él te ama y basta. Su amor es incondicional, no depende de ti. Puede que tengas ideas equivocadas, que hayas hecho de las tuyas; sin embargo, el Señor no deja de amarte. ¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así. Aun en nuestros pecados continúa amándonos. Su amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel, es paciente. Este es el regalo que encontramos en Navidad: descubrimos con asombro que el Señor es toda la gratuidad posible, toda la ternura posible. Su gloria no nos deslumbra, su presencia no nos asusta. Nació pobre de todo, para conquistarnos con la riqueza de su amor.
Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia es sinónimo de belleza. En esta noche, redescubrimos en la belleza del amor de Dios, también nuestra belleza, porque somos los amados de Dios. En el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad, felices o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no por lo que hacemos sino por lo que somos. Hay en nosotros una belleza indeleble, intangible; una belleza irreprimible que es el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo recuerda hoy, tomando con amor nuestra humanidad y haciéndola suya, “desposándose con ella” para siempre.
De hecho, la «gran alegría» anunciada a los pastores esta noche es «para todo el pueblo». En aquellos pastores, que ciertamente no eran santos, también estamos nosotros, con nuestras flaquezas y debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios también nos llama a nosotros, porque nos ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros como a ellos nos dice: «No temáis» (Lc 2,10). ¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no hay que perder la esperanza, no hay que pensar que amar es tiempo perdido! En esta noche, el amor venció al miedo, apareció una nueva esperanza, la luz amable de Dios venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre por ti, ya no estás sola!
Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el don. Antes de ir en busca de Dios, dejémonos buscar por Él. No partamos de nuestras capacidades, sino de su gracia, porque Él es Jesús, el Salvador. Pongamos nuestra mirada en el Niño y dejémonos envolver por su ternura. Ya no tendremos más excusas para no dejarnos amar por Él: Lo que sale mal en la vida, lo que no funciona en la Iglesia, lo que no va bien en el mundo ya no será una justificación. Pasará a un segundo plano, porque frente al amor excesivo de Jesús, que es todo mansedumbre y cercanía, no hay excusas. La pregunta que surge en Navidad es: “¿Me dejo amar por Dios? ¿Me abandono a su amor que viene a salvarme?”.
Un regalo así, tan grande, merece mucha gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Pero nuestras vidas a menudo transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el día adecuado para acercarse al sagrario, al belén, al pesebre, para agradecer. Acojamos el don que es Jesús, para luego transformarnos en don como Jesús. Convertirse en don es dar sentido a la vida y es la mejor manera de cambiar el mundo: cambiamos nosotros, cambia la Iglesia, cambia la historia cuando comenzamos a no querer cambiar a los otros, sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don.
Jesús nos lo manifiesta esta noche. No cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Tampoco nosotros podemos esperar que el prójimo cambie para hacerle el bien, que la Iglesia sea perfecta para amarla, que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros. Así es como se acoge el don de la gracia. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad.
Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.
Querido hermano, querida hermana: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad.
¿POR QUÉ, SEÑOR
Aprovechas la orfandad de la noche
sin más cortejo, que el amor de una Virgen
al amparo del cayado de un anciano,
para nacer pobre siendo inmensamente rico?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Pudiendo ser agasajado por cortejos reales
prefieres la bondad y las sencillez de unos pastores
y el calor de una mula y un buey?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Comunicándote como siempre lo has hecho
a través de profetas y reyes
signos, milagros y portentos
te sirves tan sólo de unos ángeles
que van pregonando tu gloria y tu nacimiento
de valle en valle?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Siendo Dios, como Tú lo eres,
te humillas tanto a favor de aquellos
que, siendo hombres, a veces nos sentimos “dioses”
Dinos, Señor; ¿Por qué te haces tan pequeño?
¿Por qué quieres llorar y sufrir como el hombre?
¿Acaso no sabes que, por ser hombre,
te espera una cruz, levantada por hombres,
allá en un sangriento horizonte?
¿POR QUÉ, SEÑOR
Rompes las fronteras del cielo
y te adentras, sin ruido ni aspavientos,
en la débil humanidad que espera tu salvación?
¿POR QUÉ, SEÑOR?
Sólo hay una respuesta,
tan grande como Tú mismo
y tan corta la palabra que te define:
¡TODO POR AMOR!
Por amor naces y por amor bajas
Por amor lloras y por amor redimes
Por amor te dejas adorar
y por amor, un día también,
en otro trono, de madera también,
demostrarás lo mucho que nos amas.
¡POR AMOR, SEÑOR, VIENES AL MUNDO!